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No nos es fácil acercarnos al tema de la muerte ni siquiera a hablar sobre ella. Sentimos miedo e ignoramos casi todo sobre un proceso al que estamos abocados. Me gustaría compartir con vosotros, a modo de portavoz, lo que experimentan esas personas a las que he tenido el privilegio de acompañar en ese trayecto de su vida.
Quizás os sorprenda el haber leído la palabra privilegio, pero cuando voy a hablar con ellos y los miro a los ojos siento profundidad, autenticidad como en ninguna otra relación humana. Me encuentro al lado de una persona sin máscaras. Ella mejor que nadie sabe cómo se encuentra su cuerpo y llega un momento que se da cuenta que le queda muy poco tiempo de vida. Ese conocimiento actúa como un potente catalizador para distinguir lo superficial de lo auténtico. Se dirige hacia su centro, hacia sus sentimientos, hacia su esencia, su ser espiritual. Quizás, ahora, podríamos preguntarnos: ¿Que ocurre con “el amor” en esa etapa de la vida de la persona?
Mi primer ejemplo es Agustín, un hombre de 54 años, con un cáncer en situación terminal. Se da cuenta de que ha antepuesto su trabajo sobre todas las demás cosas, que siempre ha sido muy exigente consigo mismo y con los demás. Ahora comienza a expresar sentimientos, a acercarse a su familia, tocándoles, acariciándoles. Descubre facetas de sí mismo que estaban muy adormecidas. Me comenta: “Sólo quiero tener el tiempo suficiente para seguir aprendiendo cosas que me compensen de como he vivido hasta ahora”.
O el caso de Pilar, considera que su enfermedad le permite volver a recuperar su relación con su hija, darse cuenta de que la expresión del cariño es muy importante. Con frecuencia se mostraba quejosa y encerrada en sí misma. También descubre la alegría y satisfacción que le proporciona el brindar su apoyo y el compartir sentimientos con las compañeras de habitación en el hospital. De ella escucho las siguientes palabras: “A pesar de mi enfermedad, ahora soy más feliz que nunca”.
Quizás os sorprenda el haber leído la palabra privilegio, pero cuando voy a hablar con ellos y los miro a los ojos siento profundidad, autenticidad como en ninguna otra relación humana. Me encuentro al lado de una persona sin máscaras. Ella mejor que nadie sabe cómo se encuentra su cuerpo y llega un momento que se da cuenta que le queda muy poco tiempo de vida. Ese conocimiento actúa como un potente catalizador para distinguir lo superficial de lo auténtico. Se dirige hacia su centro, hacia sus sentimientos, hacia su esencia, su ser espiritual. Quizás, ahora, podríamos preguntarnos: ¿Que ocurre con “el amor” en esa etapa de la vida de la persona?
Mi primer ejemplo es Agustín, un hombre de 54 años, con un cáncer en situación terminal. Se da cuenta de que ha antepuesto su trabajo sobre todas las demás cosas, que siempre ha sido muy exigente consigo mismo y con los demás. Ahora comienza a expresar sentimientos, a acercarse a su familia, tocándoles, acariciándoles. Descubre facetas de sí mismo que estaban muy adormecidas. Me comenta: “Sólo quiero tener el tiempo suficiente para seguir aprendiendo cosas que me compensen de como he vivido hasta ahora”.
O el caso de Pilar, considera que su enfermedad le permite volver a recuperar su relación con su hija, darse cuenta de que la expresión del cariño es muy importante. Con frecuencia se mostraba quejosa y encerrada en sí misma. También descubre la alegría y satisfacción que le proporciona el brindar su apoyo y el compartir sentimientos con las compañeras de habitación en el hospital. De ella escucho las siguientes palabras: “A pesar de mi enfermedad, ahora soy más feliz que nunca”.
La última crisis
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Porque eso que llamamos “muerte” es nuestra última crisis, la más profunda de todas. Como en el resto de las crisis que vivimos a lo largo de la vida desde que somos concebidos, la crisis contiene una oportunidad. Posee la semilla del crecimiento y la transformación. Una persona en situación terminal va a ir viviendo el progresivo deterioro de su cuerpo y de las capacidades que podía realizar a través de ese cuerpo. Va a ir sintiendo su pérdida ya que se identificaba con ese cuerpo. Pero interiormente sabe que ella es mucho más que ese cuerpo. Existen otras dimensiones del ser que van a crecer y se van a transformar. Y esa transformación se va a producir en su dimensión emocional y espiritual, crece su consciencia, su sabiduría, su amor.
Y esta va a ser precisamente la andadura en este momento de nuestra vida. Cada persona es única y como tal lo va a vivir de una manera única. Depende de nuestra elección, de donde pongamos la atención, si lo hacemos en el cuerpo (pérdidas) o en el interior. Vamos a vivir una gran variedad de emociones: no querer saber, rabia, tristeza, amor, esperanza...etc., que nos van a permitir llegar a la aceptación. Necesitamos pasar por esas emociones, expresarlas, necesitamos compartirlas con las personas que amamos. Por otra parte, vamos a tener una visión panorámica de nuestra vida, el sentido que le hemos otorgado se hace más relevante que nunca, los valores por los que nos hemos movido.
Cuando hablas con una persona que se halla cercana a la muerte y le preguntas ¿Qué es lo que valora de su vida? ¿Qué le parece lo más importante?, no te habla de lo que posee ni de lo bien que lo ha pasado, ni de lo importante que le han considerado, ni hasta donde ha llegado... Te habla de que en ese momento lo esencial es el amor que hay en su vida, lo demás ha perdido importancia.
Y esta va a ser precisamente la andadura en este momento de nuestra vida. Cada persona es única y como tal lo va a vivir de una manera única. Depende de nuestra elección, de donde pongamos la atención, si lo hacemos en el cuerpo (pérdidas) o en el interior. Vamos a vivir una gran variedad de emociones: no querer saber, rabia, tristeza, amor, esperanza...etc., que nos van a permitir llegar a la aceptación. Necesitamos pasar por esas emociones, expresarlas, necesitamos compartirlas con las personas que amamos. Por otra parte, vamos a tener una visión panorámica de nuestra vida, el sentido que le hemos otorgado se hace más relevante que nunca, los valores por los que nos hemos movido.
Cuando hablas con una persona que se halla cercana a la muerte y le preguntas ¿Qué es lo que valora de su vida? ¿Qué le parece lo más importante?, no te habla de lo que posee ni de lo bien que lo ha pasado, ni de lo importante que le han considerado, ni hasta donde ha llegado... Te habla de que en ese momento lo esencial es el amor que hay en su vida, lo demás ha perdido importancia.
El Amor Incondicional
Photo by Nathan Dumlao on Unsplash
Ana y José Mª son un matrimonio de mediana edad, tienen dos hijos, uno de 21 años y otro hijo de 15. Han pasado momentos difíciles y momentos estupendos. Ahora a ambos les toca afrontar los últimos meses de José -como a ella le gusta llamarle-. Van a encontrar su apoyo y su fuerza en el amor, tanto en su dimensión emocional como en su dimensión espiritual. Ana se da cuenta que José está muy vulnerable y sensible debido a su estado, que para él son fundamentales las palabras de cariño, las caricias y el sentirla a su lado. Comprende la importancia de compartir esta etapa de su vida, así como profundizar en su amor y en ser capaces de expresar sus emociones y sentimientos. Para ello le pregunta frecuentemente: ¿Qué sientes?, ¿qué te preocupa?, ¿qué te aliviaría?, ¿qué te gustaría?
Hay días que sus ojos expresan cansancio y tristeza, pero a la vez siempre late la alegría y satisfacción por compartir, ya sean miedos y tristezas o esperanzas, amor, deseos, espiritualidad. Ana me cuenta que nunca pensó que sentiría tanto amor incondicional. Ambos han aprendido que cuando no expresan su sentir se distancian y surge el sufrimiento. Lo veo cuando José me cuenta que esa preocupado por unos papeles legales que ha ido postponiendo. Cuando se lo transmito a Ana, me dice que hace dos meses que los arregló pero que como sabía que a José le preocupaban, no ha querido decirle nada. Cuando posteriormente hablan se disipan las preocupaciones de ambos, desaparece el tema tabú y se sienten más cerca.
José, como todas las personas que se hallan en su situación, necesita expresar su amor a su mujer y a sus hijos. Decide, además de hablar y compartir este momento con ellos, dejar una carta escrita para sus hijos. En este momento son prioritarios para él los asuntos pendientes de perdón, de agradecimiento. Tomar sus propias decisiones. Es fundamental para él procurarse actividades que le conecten con su dimensión espiritual: rezar, determinadas lecturas, poesías, escuchar música que le ayude, meditar, rodearse de cosas bellas. Y él escoge lo que prefiere.
Para apoyar su crecimiento y transformación, Ana y José comienzan a recordar todas las cosas que han superado en la vida, lo mucho que se han aportado mutuamente. Todo lo que han aprendido, lo que les ha proporcionado un aumento de sabiduría. Incluso aquellos pequeños hechos que nunca nos paramos a agradecer a la vida. Los días de sol, de luz, las bendiciones de la naturaleza, tantos momentos que pudo disfrutar, tantas personas amadas. Todas las experiencias de amor siempre han permanecido dentro de su parcela de intimidad, pero que ahora, sin embargo, es importante que se haga más consciente de ellas. El llenarse de todo lo positivo de su vida, de todo el amor que hubo en ella le va a proporcionar fuerza para abrirse a otros planos de entendimiento.
Llega un tiempo en el que comparten los deseos de José respecto a sus últimos momentos: con qué personas quiere compartir esos instantes, qué música desea escuchar, de qué desea rodearse, cómo quiere que se lleve a cabo su funeral, su entierro, con qué contenidos.
Por último, llegado el momento, Ana y sus hijos entregan a José un gran regalo de amor, al expresarle: “Te queremos, estaremos bien, puedes partir y descansar”. Aunque él ya no abra los ojos o este inconsciente el mensaje le está llegando.
Es verdad que asisto a la muerte de un cuerpo, que hay dolor físico y emocional, pero a la vez estoy asistiendo a un encuentro con lo más sabio, con lo mejor de uno mismo. La persona es más consciente y se abre al amor. Me doy cuenta que estoy asistiendo, participando, en un nacimiento a su dimensión espiritual.
Antes, adrede, no he querido poner “un último gran regalo de amor” y en su lugar he escrito “un gran regalo de amor”. Y lo he hecho así porque el ser espiritual continúa, la relación de amor continua. Ellos van a seguir comunicándose y dándose amor.
Hay días que sus ojos expresan cansancio y tristeza, pero a la vez siempre late la alegría y satisfacción por compartir, ya sean miedos y tristezas o esperanzas, amor, deseos, espiritualidad. Ana me cuenta que nunca pensó que sentiría tanto amor incondicional. Ambos han aprendido que cuando no expresan su sentir se distancian y surge el sufrimiento. Lo veo cuando José me cuenta que esa preocupado por unos papeles legales que ha ido postponiendo. Cuando se lo transmito a Ana, me dice que hace dos meses que los arregló pero que como sabía que a José le preocupaban, no ha querido decirle nada. Cuando posteriormente hablan se disipan las preocupaciones de ambos, desaparece el tema tabú y se sienten más cerca.
José, como todas las personas que se hallan en su situación, necesita expresar su amor a su mujer y a sus hijos. Decide, además de hablar y compartir este momento con ellos, dejar una carta escrita para sus hijos. En este momento son prioritarios para él los asuntos pendientes de perdón, de agradecimiento. Tomar sus propias decisiones. Es fundamental para él procurarse actividades que le conecten con su dimensión espiritual: rezar, determinadas lecturas, poesías, escuchar música que le ayude, meditar, rodearse de cosas bellas. Y él escoge lo que prefiere.
Para apoyar su crecimiento y transformación, Ana y José comienzan a recordar todas las cosas que han superado en la vida, lo mucho que se han aportado mutuamente. Todo lo que han aprendido, lo que les ha proporcionado un aumento de sabiduría. Incluso aquellos pequeños hechos que nunca nos paramos a agradecer a la vida. Los días de sol, de luz, las bendiciones de la naturaleza, tantos momentos que pudo disfrutar, tantas personas amadas. Todas las experiencias de amor siempre han permanecido dentro de su parcela de intimidad, pero que ahora, sin embargo, es importante que se haga más consciente de ellas. El llenarse de todo lo positivo de su vida, de todo el amor que hubo en ella le va a proporcionar fuerza para abrirse a otros planos de entendimiento.
Llega un tiempo en el que comparten los deseos de José respecto a sus últimos momentos: con qué personas quiere compartir esos instantes, qué música desea escuchar, de qué desea rodearse, cómo quiere que se lleve a cabo su funeral, su entierro, con qué contenidos.
Por último, llegado el momento, Ana y sus hijos entregan a José un gran regalo de amor, al expresarle: “Te queremos, estaremos bien, puedes partir y descansar”. Aunque él ya no abra los ojos o este inconsciente el mensaje le está llegando.
Es verdad que asisto a la muerte de un cuerpo, que hay dolor físico y emocional, pero a la vez estoy asistiendo a un encuentro con lo más sabio, con lo mejor de uno mismo. La persona es más consciente y se abre al amor. Me doy cuenta que estoy asistiendo, participando, en un nacimiento a su dimensión espiritual.
Antes, adrede, no he querido poner “un último gran regalo de amor” y en su lugar he escrito “un gran regalo de amor”. Y lo he hecho así porque el ser espiritual continúa, la relación de amor continua. Ellos van a seguir comunicándose y dándose amor.
El momento de la partida
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La persona que parte lo tiene más fácil, se va a un lugar más sutil energéticamente hablando, más espiritual. Se abre a una consciencia superior. Para la persona que se queda comienza un nuevo aprendizaje: el duelo o la pérdida de un ser querido. Se trata de un tiempo que necesitamos para despedirnos en nuestro corazón de esa persona. El ser querido ha dejado un vacío dentro de nosotros mismos y sentimos dolor. Se trata de un camino que necesitamos recorrer. Un sendero para experimentar emociones y sentimientos que nos llevan a transformar el dolor y el vacío en amor, pero un amor que ya no tiene límites. Un amor que acrecienta nuestra espiritualidad, que nos abre a una mayor comprensión, a una mayor entrega con los demás. Y nuestros pasos recorren el camino desde el “por qué” hasta encontrar el “para qué”.
Ana siente vacío, siente dolor incluso físicamente. Llora. Se da cuenta de la satisfacción de ese tiempo compartido, útil, de entrega. Pero le echa de menos a cada instante. Tiene que aprender a vivir sin su presencia física. Continuamente le vienen a la memoria cosas que decía, que compartió con él a lo largo de su vida. Pero también Ana me confiesa, en la confianza e intimidad que se ha creado entre nosotras, que siente a José a su lado, que siente su apoyo, que nota que de alguna manera la está ayudando. Me cuenta que no es su imaginación, que es algo que nota casi sensorialmente.
También me narra algunos sueños en los que ella ha sentido algo especial. Pasan los meses y me cuenta que el dolor disminuye, pero que siente “un amor más profundo y grande que antes”. Se trata de un amor transformado. Sigue sintiéndose muy unida a él.
“La llamada a la muerte es una llamada al amor. La muerte puede ser dulce si la respondemos afirmativamente, si la aceptamos como una de las grandes formas eternas de vida y transformación”. Herman Hesse.
“Creedme, en todo el universo no hay nada que perezca, pero las cosas varían y asumen formas nuevas. Aunque una cosa se transforma en otra y ésta también cambia, la suma de las partes permanece inmutable”. Pitágoras.
“Estamos en la tierra un tiempo limitado para que aprendamos a portar la antorcha del amor”. William Blake.
“La muerte es el único consejero sabio que tenemos. Las trivialidades se esfuman cuando la muerte nos hace una señal, cuando la vislumbramos, o simplemente si tenemos la sensación de que ella, nuestra compañera, está observándonos”. Carlos Castaneda.
Ana siente vacío, siente dolor incluso físicamente. Llora. Se da cuenta de la satisfacción de ese tiempo compartido, útil, de entrega. Pero le echa de menos a cada instante. Tiene que aprender a vivir sin su presencia física. Continuamente le vienen a la memoria cosas que decía, que compartió con él a lo largo de su vida. Pero también Ana me confiesa, en la confianza e intimidad que se ha creado entre nosotras, que siente a José a su lado, que siente su apoyo, que nota que de alguna manera la está ayudando. Me cuenta que no es su imaginación, que es algo que nota casi sensorialmente.
También me narra algunos sueños en los que ella ha sentido algo especial. Pasan los meses y me cuenta que el dolor disminuye, pero que siente “un amor más profundo y grande que antes”. Se trata de un amor transformado. Sigue sintiéndose muy unida a él.
“La llamada a la muerte es una llamada al amor. La muerte puede ser dulce si la respondemos afirmativamente, si la aceptamos como una de las grandes formas eternas de vida y transformación”. Herman Hesse.
“Creedme, en todo el universo no hay nada que perezca, pero las cosas varían y asumen formas nuevas. Aunque una cosa se transforma en otra y ésta también cambia, la suma de las partes permanece inmutable”. Pitágoras.
“Estamos en la tierra un tiempo limitado para que aprendamos a portar la antorcha del amor”. William Blake.
“La muerte es el único consejero sabio que tenemos. Las trivialidades se esfuman cuando la muerte nos hace una señal, cuando la vislumbramos, o simplemente si tenemos la sensación de que ella, nuestra compañera, está observándonos”. Carlos Castaneda.