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Durante estos años como profesora de yoga he podido comprobar que los conceptos que nos vienen de Oriente, en Occidente no se comprenden con la necesaria claridad que se requiere. Esto es debido a que mientras Occidente es diestro en el manejo del mundo externo, le cuesta mucho mirar con sinceridad hacia dentro. Nuestra cultura es siempre hacia fuera y cuando nos dirigimos hacia el interior, la mayoría nos perdemos.
Observo con emoción toda esta nueva ola de interés por el despertar, la realización. Somos muchos los que hemos vuelto la mirada hacia nosotros mismos y hemos emprendido el camino del interior, pero a la vez me doy cuenta de la posible confusión, la falta de entendimiento, las nuevas creencias y las distorsiones que suelen acompañar a la idea de la realización, de “ese volver a casa”.
A menudo me pregunto no sólo si se comprende lo que se gana con este proceso, sino también lo que se pierde.
En una ocasión le preguntaron a Nisargadatta que había que hacer para buscar Lo que somos, para encontrarnos con nuestras verdadera Esencia. Y él respondió: “Usted no tiene que buscar lo que ya es, usted tiene que desenmascarar eso que cree que es”, ese es el comienzo de toda búsqueda.
Adyashanti nos dice al respecto: “Para ello has de estar dispuesto a que la vida impacte en ti, permítete ver cuando esto ocurre, comprueba si entras en algún tipo de separación al respecto, si tiendes a juzgar o a culpar, si piensas que deberías o no deberías, si empiezas a señalar con el dedo a alguien que no eres tú mismo”.
Observo con emoción toda esta nueva ola de interés por el despertar, la realización. Somos muchos los que hemos vuelto la mirada hacia nosotros mismos y hemos emprendido el camino del interior, pero a la vez me doy cuenta de la posible confusión, la falta de entendimiento, las nuevas creencias y las distorsiones que suelen acompañar a la idea de la realización, de “ese volver a casa”.
A menudo me pregunto no sólo si se comprende lo que se gana con este proceso, sino también lo que se pierde.
En una ocasión le preguntaron a Nisargadatta que había que hacer para buscar Lo que somos, para encontrarnos con nuestras verdadera Esencia. Y él respondió: “Usted no tiene que buscar lo que ya es, usted tiene que desenmascarar eso que cree que es”, ese es el comienzo de toda búsqueda.
Adyashanti nos dice al respecto: “Para ello has de estar dispuesto a que la vida impacte en ti, permítete ver cuando esto ocurre, comprueba si entras en algún tipo de separación al respecto, si tiendes a juzgar o a culpar, si piensas que deberías o no deberías, si empiezas a señalar con el dedo a alguien que no eres tú mismo”.
Un cambio de paradigma
Se trata de afrontar el hecho de que la única persona que puede hacernos sufrir, que puede hacernos percibir erróneamente, que tiene todo ese poder, somos nosotros mismos. Estar en relación con la vida y con los demás, nos muestra claramente dónde aún podemos quedarnos colgados.
Porque la llamada sincera al despertar puede ser un proceso en el que no nos sintamos mejor. Si queremos sólo sentirnos bien, continuaremos engañándonos a nosotros mismos. Para despertar tenemos que romper con ese paradigma.
El despertar tiene que ver con ir desenmascarando todo aquello que creemos que somos, es como el cribar de los mineros cuando buscaban oro en el río, cribaban y cribaban hasta que separaban lo innecesario y aparecía la pepita de oro. Este impulso del despertar nos da la valentía de examinar todas las maneras que tenemos de autoengañarnos.
Discutir con la realidad es una de ellas, además de una manera segura de sufrir y lo que es peor, descubrimos que estamos atados a aquello con lo que discutimos. Pasara lo que pasara hace unos instantes o hace 3 o más años, o ayer por la mañana, si discutimos con ello, significa que estamos atrapados. Volvemos a experimentar el mismo dolor una y otra vez. Discutir con algo no nos ayuda a superarlo, en realidad nos aprisiona, nos ata a ello.
Porque la llamada sincera al despertar puede ser un proceso en el que no nos sintamos mejor. Si queremos sólo sentirnos bien, continuaremos engañándonos a nosotros mismos. Para despertar tenemos que romper con ese paradigma.
El despertar tiene que ver con ir desenmascarando todo aquello que creemos que somos, es como el cribar de los mineros cuando buscaban oro en el río, cribaban y cribaban hasta que separaban lo innecesario y aparecía la pepita de oro. Este impulso del despertar nos da la valentía de examinar todas las maneras que tenemos de autoengañarnos.
Discutir con la realidad es una de ellas, además de una manera segura de sufrir y lo que es peor, descubrimos que estamos atados a aquello con lo que discutimos. Pasara lo que pasara hace unos instantes o hace 3 o más años, o ayer por la mañana, si discutimos con ello, significa que estamos atrapados. Volvemos a experimentar el mismo dolor una y otra vez. Discutir con algo no nos ayuda a superarlo, en realidad nos aprisiona, nos ata a ello.
Acuérdate de soltar el vaso
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Un psicólogo, en una sesión grupal, levantó un vaso de agua. Todo el mundo esperaba la típica pregunta: “¿Está medio lleno o medio vacío?” Sin embargo, preguntó: “¿Cuánto pesa este vaso?” Las respuestas variaron entre 200 y 250 gramos. El psicólogo respondió: “El peso absoluto no es importante. Depende de cuánto tiempo lo sostengo. Si lo sostengo un minuto, no es problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo un día, mi brazo se entumecerá y paralizará. El peso del vaso no cambia, es siempre el mismo. Pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado, y más difícil de soportar se vuelve”.
Y continuó: “Las preocupaciones, los pensamientos negativos, los rencores, el resentimiento, son como el vaso de agua. Si piensas en ellos un rato, no pasa nada. Si piensas en ellos todo el día, empiezan a doler. Y si piensas en ellos toda la semana, acabarás sintiéndote paralizado, e incapaz de hacer nada” ¡Acuérdate de soltar el vaso!
Y continuó: “Las preocupaciones, los pensamientos negativos, los rencores, el resentimiento, son como el vaso de agua. Si piensas en ellos un rato, no pasa nada. Si piensas en ellos todo el día, empiezan a doler. Y si piensas en ellos toda la semana, acabarás sintiéndote paralizado, e incapaz de hacer nada” ¡Acuérdate de soltar el vaso!
La pregunta es: ¿Estamos dispuestos a ello?
Este proceso lleva implícito la destrucción del mundo en el que nos asentamos, un mundo ilusorio que hasta entonces lo consideramos real. Es lo mismo que nos sucede en el estado de sueño, mientras estamos soñando, el soñador se identifica con lo que pasa allí, solo cuando despertamos y regresamos al estado de vigilia, nos damos cuenta de que todo aquello desapareció, a lo sumo podemos estar unos instantes con la sensación agradable o desagradable, dependiendo de cuál fue el sueño. En el estado de vigilia nos pasa algo así, nos dejamos atrapar por el estado de pensamiento que nos arrastra a mundos que no tienen que estar en el aquí y ahora. No se trata de no pensar, se trata de pensar lo que es verdaderamente necesario pensar instante a instante.
Como podemos ver el problema no se encuentra fuera, sino en la propia mente, en su naturaleza separadora. Necesitamos silenciarla, focalizar la atención en lo que acontece en oportunidad, lugar y tiempo, quitando todo sesgo de interpretación, de juicios. Porque más que luchar para deshacernos de los pensamientos desagradables, o recrearnos en los placenteros, reconocerlos, aceptarlos y dejarlos ir, es crucial. Tenemos que entrenarnos para estar más presentes, porque en la medida que pasamos del estado de pensamiento al estado de presencia/atención también cambia sustancialmente nuestra manera de relacionarnos con las experiencias, cambiamos de perspectiva, de manera de ver, lo que conlleva a juzgar menos, ser menos críticos con nosotros mismos y con la gente que nos rodea, así vamos creando las condiciones para que “las nubes se disipen”.
Este proceso lleva implícito la destrucción del mundo en el que nos asentamos, un mundo ilusorio que hasta entonces lo consideramos real. Es lo mismo que nos sucede en el estado de sueño, mientras estamos soñando, el soñador se identifica con lo que pasa allí, solo cuando despertamos y regresamos al estado de vigilia, nos damos cuenta de que todo aquello desapareció, a lo sumo podemos estar unos instantes con la sensación agradable o desagradable, dependiendo de cuál fue el sueño. En el estado de vigilia nos pasa algo así, nos dejamos atrapar por el estado de pensamiento que nos arrastra a mundos que no tienen que estar en el aquí y ahora. No se trata de no pensar, se trata de pensar lo que es verdaderamente necesario pensar instante a instante.
Como podemos ver el problema no se encuentra fuera, sino en la propia mente, en su naturaleza separadora. Necesitamos silenciarla, focalizar la atención en lo que acontece en oportunidad, lugar y tiempo, quitando todo sesgo de interpretación, de juicios. Porque más que luchar para deshacernos de los pensamientos desagradables, o recrearnos en los placenteros, reconocerlos, aceptarlos y dejarlos ir, es crucial. Tenemos que entrenarnos para estar más presentes, porque en la medida que pasamos del estado de pensamiento al estado de presencia/atención también cambia sustancialmente nuestra manera de relacionarnos con las experiencias, cambiamos de perspectiva, de manera de ver, lo que conlleva a juzgar menos, ser menos críticos con nosotros mismos y con la gente que nos rodea, así vamos creando las condiciones para que “las nubes se disipen”.
Aprendizaje Zen
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- “Maestro, Sildefanil, comencé a estudiar el zen y no me siento mejor. Sigo sin poder hacer contacto con la divinidad que hay en mí, sigo sin conocerme; mis dudas aumentan. ¿Por qué?”.
- “Hijo, porque no te das cuenta de que SÍ te estás conociendo; de otra forma no estarías inquieto y lleno de dudas”.
- “Hijo, porque no te das cuenta de que SÍ te estás conociendo; de otra forma no estarías inquieto y lleno de dudas”.
Eso forma parte del proceso. El zen es un método, no es el camino; es la escoba que saca los guijarros de tu camino. No busca hacerte mejor, busca hacerte sereno.