Deambulaba despacio por aquellos enormes pasillos de tiendas cerradas y anuncios apagados, de mostradores sin vida y de un silencio extraño, profundo, que hacía más irreal la escena a medianoche. Algún viajero dormitaba a sus anchas entre las sillas o directamente en el suelo mientras la T4 adquiría el aspecto de un escenario futurista en el que hubiese acontecido un éxodo fulgurante, urgente, inmediato, dejando todo el atrezzo intacto y borrando casi por completo la actividad para la que fue diseñado. Intenté sentarme en un par de ocasiones pero aquel silencio y aquella inactividad me resultaba tan inquietante que segundos después me ponía en pie y volvía a pasear por la terminal. Y entonces, de pronto, mi mente se alejó de allí y voló en segundos hacia la tierra que acababa de dejar, hacia la isla bonita…
“El Camino del Corazón en la isla de La Palma” había aparecido en mi pantalla del ordenador tan sólo un par de meses antes. Algo tan atractivo y tan deseado que me parecía como un anuncio de neón parpadeando brillante en la oscuridad de una noche cerrada. “No puede ser -pensaba al verlo- , pero si esto hay que prepararlo con tiempo, hay que ir venciendo las dificultades, madurarlo poco a poco, encajar agenda y ahorros inexistentes”. Pero un minuto después mi voz sonó firme y resuelta, y sobre todo agradecida, cuando le decía a Caracola de Nácar por el teléfono: “Cuenta conmigo, María, llevábamos mucho tiempo esperando esto”. Y, esta vez sí, el universo conspiró a mi favor y me encontré saltando abrazado a Sembrador de Esperanza, a Lluvia Fina, a Seguridad, a Protector en el aeropuerto de la isla mientras cantábamos “estamos en La Palma, estamos en La Palma, …” Y ese fue el comienzo de unos días apasionantes, un viaje inolvidable para dejar enmarcado en algún lugar muy accesible de mi corazón. Basta con cerrar los ojos y recuperar emociones, paisajes, vivencias, enseñanzas…
Desapareció así la interminable hilera de mostradores y me vi de nuevo en el mirador de la Cumbrecita, apiñándome con mis compañeros para recuperar las sensaciones de cuando niño, cuando la Candidez era todavía la única forma de conducirme por la vida y sólo existía una infinita sucesión de juegos y de alegría por cada encuentro. También imaginamos futuros y progresos desde la inocencia y el asombro, y volvimos a entonar canciones mientras una hoguera se resistía a darnos calor en el Refugio de El Pilar porque ya para entonces habíamos encendido nuestros corazones.
Me vi otra vez recorriendo un sendero entre bosques de laurisilva, perdiendo la noción del tiempo y no sabiendo situarme bien en la actualidad o hace millones de años, cuando la naturaleza abrazaba a cualquier ser vivo regalándole una sinfonía de colores y de abrigo. Qué mejor preparación para vivir la naturaleza del Ensueño, ese que debemos recuperar para conocernos mejor a nosotros mismos y poder ser, a la vez, personas cercanas y personajes legendarios con poderes y magia ancestral.
Un instante después estaba con mis amigos en el coche, en un ambiente de buen humor y de risas con el que no podía el hecho de habernos perdido entre pistas de montaña que parecían jugar con nosotros al gato y al ratón. Pero nuestro espíritu de Caminantes del Corazón estaba bien despierto y así sucedió lo que habíamos vivido otras veces en nuestra imaginación, cada caminante aportó su singularidad al conjunto y así acabamos unidos de la mano delante del objetivo marcado para esa ruta, cansados pero contentos por experimentar la riqueza del grupo.
También volví a sentir el agua cayéndonos en cascada en el bautizo con que nos recibió el océano, por si a alguno se nos hubiera olvidado esa limpieza por dentro y por fuera con la que hay que emprender siempre cualquier nueva experiencia. Ese mismo mar que nos acogió manso en otra jornada para demostrarnos que todo cambia, que todo fluye, y que lo que hoy es grandeza y majestuosidad mañana puede ser el escenario perfecto para la relajación y el descanso.
“El Camino del Corazón en la isla de La Palma” había aparecido en mi pantalla del ordenador tan sólo un par de meses antes. Algo tan atractivo y tan deseado que me parecía como un anuncio de neón parpadeando brillante en la oscuridad de una noche cerrada. “No puede ser -pensaba al verlo- , pero si esto hay que prepararlo con tiempo, hay que ir venciendo las dificultades, madurarlo poco a poco, encajar agenda y ahorros inexistentes”. Pero un minuto después mi voz sonó firme y resuelta, y sobre todo agradecida, cuando le decía a Caracola de Nácar por el teléfono: “Cuenta conmigo, María, llevábamos mucho tiempo esperando esto”. Y, esta vez sí, el universo conspiró a mi favor y me encontré saltando abrazado a Sembrador de Esperanza, a Lluvia Fina, a Seguridad, a Protector en el aeropuerto de la isla mientras cantábamos “estamos en La Palma, estamos en La Palma, …” Y ese fue el comienzo de unos días apasionantes, un viaje inolvidable para dejar enmarcado en algún lugar muy accesible de mi corazón. Basta con cerrar los ojos y recuperar emociones, paisajes, vivencias, enseñanzas…
Desapareció así la interminable hilera de mostradores y me vi de nuevo en el mirador de la Cumbrecita, apiñándome con mis compañeros para recuperar las sensaciones de cuando niño, cuando la Candidez era todavía la única forma de conducirme por la vida y sólo existía una infinita sucesión de juegos y de alegría por cada encuentro. También imaginamos futuros y progresos desde la inocencia y el asombro, y volvimos a entonar canciones mientras una hoguera se resistía a darnos calor en el Refugio de El Pilar porque ya para entonces habíamos encendido nuestros corazones.
Me vi otra vez recorriendo un sendero entre bosques de laurisilva, perdiendo la noción del tiempo y no sabiendo situarme bien en la actualidad o hace millones de años, cuando la naturaleza abrazaba a cualquier ser vivo regalándole una sinfonía de colores y de abrigo. Qué mejor preparación para vivir la naturaleza del Ensueño, ese que debemos recuperar para conocernos mejor a nosotros mismos y poder ser, a la vez, personas cercanas y personajes legendarios con poderes y magia ancestral.
Un instante después estaba con mis amigos en el coche, en un ambiente de buen humor y de risas con el que no podía el hecho de habernos perdido entre pistas de montaña que parecían jugar con nosotros al gato y al ratón. Pero nuestro espíritu de Caminantes del Corazón estaba bien despierto y así sucedió lo que habíamos vivido otras veces en nuestra imaginación, cada caminante aportó su singularidad al conjunto y así acabamos unidos de la mano delante del objetivo marcado para esa ruta, cansados pero contentos por experimentar la riqueza del grupo.
También volví a sentir el agua cayéndonos en cascada en el bautizo con que nos recibió el océano, por si a alguno se nos hubiera olvidado esa limpieza por dentro y por fuera con la que hay que emprender siempre cualquier nueva experiencia. Ese mismo mar que nos acogió manso en otra jornada para demostrarnos que todo cambia, que todo fluye, y que lo que hoy es grandeza y majestuosidad mañana puede ser el escenario perfecto para la relajación y el descanso.
Enfrentamiento sin miedos
Otra vez viví el silencio del paseo por el Barranco de La Zarza, ese bosque perdido en el tiempo en el que esta vez vivimos intensamente la felicidad de la ternura, del cariño, de la dulzura que quizá habíamos experimentado en nuestras vidas o quizá no. Y ahí estábamos con Ceferino otra vez, intentando no dejar escapar ninguna de sus palabras tiernas y pausadas, como quién intenta retener la maravilla de la sencillez de un sabio, grande de corazón y grande en nobleza.
Sonreí de nuevo recordando esos juegos en los que, por supuesto, queríamos ganar, todos queríamos ser los primeros sin reparar apenas en que hay que saber observar y separar lo Aparente de lo Obvio. O esos otros en los que se trataba de dejar la mente fuera y simplemente ser un buen transmisor, que hicieron que saltaran risas y carcajadas entre todos.
Aprendimos que el Enfrentamiento sin miedo a convencionalismos propios y ajenos es positivo, y nos comprometimos a transitar cada vez menos esos caminos tan trillados. Y a ser inconformistas, a no plegarnos ante las circunstancias de nuestras vidas, de nuestra sociedad, cuando nuestro corazón se rebela ante ellas porque sólo así sentiremos que nuestra existencia tiene valor y busca el beneficio propio y el de nuestro mundo.
Me vi de nuevo en Los Llanos de Aridane, en esa ciudad en la que el tiempo parece pararse y te invita a seguir el ritmo pausado y cálido que proporciona el encuentro, cualquier encuentro en sus calles. Y otra vez me emocioné en aquel pequeño concierto de Ima Galguén en El Paso, asistiendo una vez más a esa fantasía desencadenada por la voz dulce y armoniosa de una amiga que se precia de eso, de ser amiga ante todo.
La puesta de sol en el Teneguía volvió a inundar de belleza mis ojos, acrecentada todavía más por las siluetas de unos caminantes mecidos por el viento para que ya no olvide nunca que somos seres arraigados en la Tierra, comprometidos con ella, pero con un origen y un destino final espiritual. Sí, risas, alegría, momentos de emoción, momentos de asombro…
Y en ese instante empecé a ver uno por uno a todos los caminantes con los que compartí viaje. Ante mí aparecieron los rostros de Alas de Compasión, Aliento Sagrado, Amanecer, Arco Iris, Blanca, Caballero Blanco, Campanilla, Caracola de Nácar, Dama del Lago, Dulce Arco Iris, Entusiasmo, Evolución del Nuevo Mundo, Gozo, Hada Campanilla, Hada del Valle, Khali, Libertad, Lozanía, Luchador, Lluvia Fina, Nobleza Guanche, Protector, River, Sabiduría, Seguridad, Sembrador de Esperanza, Señora Libélula, todos con un sonrisa del que sabe que, aunque ha acabado un trozo del camino y hay que separarse, la separación es momentánea y a veces necesaria.
Con algunos nos iremos viendo aquí y allá en función de nuestras posibilidades y nuestras circunstancias pero siempre con la ilusión puesta en el próximo encuentro, y con otros esa unión es ya tan intensa y fraternal que no habrá encuentros puntuales sino que toda nuestra vida es un encuentro maravilloso.
Supe allí, en aquella terminal inmensamente vacía que lo que le da sentido a la belleza son unos ojos para contemplarla; que bosques mágicos, volcanes míticos, océanos vibrantes y cielos estrellados necesitan de alguien para activarlos; que calderas, arroyos, páramos y grutas se hicieron con la condición de asombrar y decorar la más maravillosa creación de este universo exultante: el corazón humano.
En esos días tuvimos risas, resbalones, olvidos, caídas, anécdotas, lágrimas, cielos estrellados y paisajes de leyenda, pero si con algo tuviera que quedarme me quedo con vosotros y vuestros abrazos, los genuinos abrazos de mis queridos Caminantes del Corazón.
¿Qué, subes al autobús? me preguntó de pronto el conductor sacándome en un instante de mi ensoñación. Y por un momento lo dudé…
Otra vez viví el silencio del paseo por el Barranco de La Zarza, ese bosque perdido en el tiempo en el que esta vez vivimos intensamente la felicidad de la ternura, del cariño, de la dulzura que quizá habíamos experimentado en nuestras vidas o quizá no. Y ahí estábamos con Ceferino otra vez, intentando no dejar escapar ninguna de sus palabras tiernas y pausadas, como quién intenta retener la maravilla de la sencillez de un sabio, grande de corazón y grande en nobleza.
Sonreí de nuevo recordando esos juegos en los que, por supuesto, queríamos ganar, todos queríamos ser los primeros sin reparar apenas en que hay que saber observar y separar lo Aparente de lo Obvio. O esos otros en los que se trataba de dejar la mente fuera y simplemente ser un buen transmisor, que hicieron que saltaran risas y carcajadas entre todos.
Aprendimos que el Enfrentamiento sin miedo a convencionalismos propios y ajenos es positivo, y nos comprometimos a transitar cada vez menos esos caminos tan trillados. Y a ser inconformistas, a no plegarnos ante las circunstancias de nuestras vidas, de nuestra sociedad, cuando nuestro corazón se rebela ante ellas porque sólo así sentiremos que nuestra existencia tiene valor y busca el beneficio propio y el de nuestro mundo.
Me vi de nuevo en Los Llanos de Aridane, en esa ciudad en la que el tiempo parece pararse y te invita a seguir el ritmo pausado y cálido que proporciona el encuentro, cualquier encuentro en sus calles. Y otra vez me emocioné en aquel pequeño concierto de Ima Galguén en El Paso, asistiendo una vez más a esa fantasía desencadenada por la voz dulce y armoniosa de una amiga que se precia de eso, de ser amiga ante todo.
La puesta de sol en el Teneguía volvió a inundar de belleza mis ojos, acrecentada todavía más por las siluetas de unos caminantes mecidos por el viento para que ya no olvide nunca que somos seres arraigados en la Tierra, comprometidos con ella, pero con un origen y un destino final espiritual. Sí, risas, alegría, momentos de emoción, momentos de asombro…
Y en ese instante empecé a ver uno por uno a todos los caminantes con los que compartí viaje. Ante mí aparecieron los rostros de Alas de Compasión, Aliento Sagrado, Amanecer, Arco Iris, Blanca, Caballero Blanco, Campanilla, Caracola de Nácar, Dama del Lago, Dulce Arco Iris, Entusiasmo, Evolución del Nuevo Mundo, Gozo, Hada Campanilla, Hada del Valle, Khali, Libertad, Lozanía, Luchador, Lluvia Fina, Nobleza Guanche, Protector, River, Sabiduría, Seguridad, Sembrador de Esperanza, Señora Libélula, todos con un sonrisa del que sabe que, aunque ha acabado un trozo del camino y hay que separarse, la separación es momentánea y a veces necesaria.
Con algunos nos iremos viendo aquí y allá en función de nuestras posibilidades y nuestras circunstancias pero siempre con la ilusión puesta en el próximo encuentro, y con otros esa unión es ya tan intensa y fraternal que no habrá encuentros puntuales sino que toda nuestra vida es un encuentro maravilloso.
Supe allí, en aquella terminal inmensamente vacía que lo que le da sentido a la belleza son unos ojos para contemplarla; que bosques mágicos, volcanes míticos, océanos vibrantes y cielos estrellados necesitan de alguien para activarlos; que calderas, arroyos, páramos y grutas se hicieron con la condición de asombrar y decorar la más maravillosa creación de este universo exultante: el corazón humano.
En esos días tuvimos risas, resbalones, olvidos, caídas, anécdotas, lágrimas, cielos estrellados y paisajes de leyenda, pero si con algo tuviera que quedarme me quedo con vosotros y vuestros abrazos, los genuinos abrazos de mis queridos Caminantes del Corazón.
¿Qué, subes al autobús? me preguntó de pronto el conductor sacándome en un instante de mi ensoñación. Y por un momento lo dudé…