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Aquí podéis ver el editorial de 2020:
https://www.revistaconcienciaglobal.com/Los-desafios-de-la-decada-2020-2030-Editorial_a475.html
Es curiosa la percepción del tiempo y no podemos dejar de preguntarnos “¿Sólo ha pasado un año desde que escribimos aquellas palabras? ¡Increíble!”. Hoy nos disponemos a escribir el editorial para el año 2021 y resulta especialmente difícil elegir las palabras adecuadas, pues la situación que hemos vivido desde principios de 2020 nos ha pillado a todos por sorpresa y nos ha abocado a experiencias que nunca habíamos imaginado.
Es verdad que los medios de comunicación intentaban acercarnos las dificultades que sufría nuestro planeta (desastres ecológicos, catástrofes naturales o provocadas, incendios devastadores y todo tipo de problemas medioambientales, además de injusticias, desigualdad, guerras, falta de libertad, pobreza extrema, hambre, enfermedades y muerte…). Pero todo eso sucedía lejos, muy lejos de nuestra vida, les sucedía a otros, a los de siempre, en los lugares habituales. Cuando surgían esos temas casi siempre alguien terminaba diciendo: “Esto es insostenible”.
En esa editorial que abría las puertas al 2020 recordábamos una frase muy significativa del preámbulo de la Carta de la Tierra: “A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global, sostenible, fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras (www.cartadelatierra.org )
Esas palabras que forman parte de un documento consensuado en el año 2000 por la gran mayoría de los países de todo el mundo, han pasado a ocupar el primer plano de la actualidad.
https://www.revistaconcienciaglobal.com/Los-desafios-de-la-decada-2020-2030-Editorial_a475.html
Es curiosa la percepción del tiempo y no podemos dejar de preguntarnos “¿Sólo ha pasado un año desde que escribimos aquellas palabras? ¡Increíble!”. Hoy nos disponemos a escribir el editorial para el año 2021 y resulta especialmente difícil elegir las palabras adecuadas, pues la situación que hemos vivido desde principios de 2020 nos ha pillado a todos por sorpresa y nos ha abocado a experiencias que nunca habíamos imaginado.
Es verdad que los medios de comunicación intentaban acercarnos las dificultades que sufría nuestro planeta (desastres ecológicos, catástrofes naturales o provocadas, incendios devastadores y todo tipo de problemas medioambientales, además de injusticias, desigualdad, guerras, falta de libertad, pobreza extrema, hambre, enfermedades y muerte…). Pero todo eso sucedía lejos, muy lejos de nuestra vida, les sucedía a otros, a los de siempre, en los lugares habituales. Cuando surgían esos temas casi siempre alguien terminaba diciendo: “Esto es insostenible”.
En esa editorial que abría las puertas al 2020 recordábamos una frase muy significativa del preámbulo de la Carta de la Tierra: “A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global, sostenible, fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras (www.cartadelatierra.org )
Esas palabras que forman parte de un documento consensuado en el año 2000 por la gran mayoría de los países de todo el mundo, han pasado a ocupar el primer plano de la actualidad.
El virus del miedo
Photo by Jakayla Toney on Unsplash
Ha bastado que un microscópico virus de diseño, escapado de algún laboratorio experimental, se extendiera sin control a una sorprendente velocidad provocando contagios en todos los países: grandes y pequeños, ricos y pobres, desarrollados o en vías de desarrollo, del mal llamado primer mundo y del segundo y del tercero… y de todos los mundos porque, en realidad, sólo tenemos un único mundo… Los científicos de todo el planeta son incapaces de controlar la pandemia que se ha producido. Las medidas sociales dictadas por los gobiernos también resultan insuficientes y el problema adquiere proporciones desorbitadas.
Y a la vez que se propaga el virus se ha ido extendiendo algo tan dañino como él: el miedo. Si, el miedo en las sociedades de todos los países se ha extendido como una inmensa plaga y en ello ha tenido responsabilidad la información difundida por los medios de comunicación de masas y también la que se vierte en las redes sociales. Un miedo que tiene varios efectos peligrosos, dañinos y preocupantes.
El primer efecto se observa en el campo de la salud: el miedo mantenido produce una inmediata bajada de nuestras defensas, se acelera la producción de cortisol y catecolaminas, que afectan directamente a nuestro sistema inmune, dejándonos desprotegidos y a merced de virus, bacterias y agentes patógenos que nos rodean habitualmente y que se manifiestan cuando el sistema inmunológico está por debajo del 50 o 60%. Hay personas que, por su edad, sus patologías previas o su situación psicológica o emocional tienen deprimido el sistema inmune y son más propensas a los contagios.
El segundo efecto podemos verlo en el campo de la psicología: el miedo lleva a la enajenación mental y ésta a conductas ilógicas y perjudiciales para uno mismo y para los demás. Nos hace perder confianza en nuestros recursos y potencialidades para afrontar la situación y cedemos a las presiones y opiniones que se generan en el exterior.
Otro efecto importante se produce a nivel social: el aislamiento conduce al individualismo, al “sálvese quien pueda”, a la desconexión de nosotros mismos y de los demás. El miedo es el gran aliado de los poderosos, algo que sucede en estos momentos con los gobiernos -sean del color que sean-, las instituciones financieras y económicas, incluso las científicas.
El miedo, ante la crisis global que estamos viviendo, sobre todo en los países llamados “ricos” como consecuencia del coronavirus, ha provocado una crisis económica global sin precedentes. Todo está en manos de los gobiernos y las grandes corporaciones.
Y a la vez que se propaga el virus se ha ido extendiendo algo tan dañino como él: el miedo. Si, el miedo en las sociedades de todos los países se ha extendido como una inmensa plaga y en ello ha tenido responsabilidad la información difundida por los medios de comunicación de masas y también la que se vierte en las redes sociales. Un miedo que tiene varios efectos peligrosos, dañinos y preocupantes.
El primer efecto se observa en el campo de la salud: el miedo mantenido produce una inmediata bajada de nuestras defensas, se acelera la producción de cortisol y catecolaminas, que afectan directamente a nuestro sistema inmune, dejándonos desprotegidos y a merced de virus, bacterias y agentes patógenos que nos rodean habitualmente y que se manifiestan cuando el sistema inmunológico está por debajo del 50 o 60%. Hay personas que, por su edad, sus patologías previas o su situación psicológica o emocional tienen deprimido el sistema inmune y son más propensas a los contagios.
El segundo efecto podemos verlo en el campo de la psicología: el miedo lleva a la enajenación mental y ésta a conductas ilógicas y perjudiciales para uno mismo y para los demás. Nos hace perder confianza en nuestros recursos y potencialidades para afrontar la situación y cedemos a las presiones y opiniones que se generan en el exterior.
Otro efecto importante se produce a nivel social: el aislamiento conduce al individualismo, al “sálvese quien pueda”, a la desconexión de nosotros mismos y de los demás. El miedo es el gran aliado de los poderosos, algo que sucede en estos momentos con los gobiernos -sean del color que sean-, las instituciones financieras y económicas, incluso las científicas.
El miedo, ante la crisis global que estamos viviendo, sobre todo en los países llamados “ricos” como consecuencia del coronavirus, ha provocado una crisis económica global sin precedentes. Todo está en manos de los gobiernos y las grandes corporaciones.
La importancia de una información veraz
Photo by Markus Spiske on Unsplash
La información cuando es veraz, cuando no es tendenciosa o sesgada, proporciona a las personas herramientas que les ayudan a gestionar de manera más eficaz los retos y desafíos que les presenta la vida… Sin embargo, en estos momentos, estamos muy lejos de que la información que nos llegue sea veraz, auténtica, positiva y, por supuesto, carente de servidumbre a objetivos ocultos y manipulaciones de toda índole.
Koldo Aldai escribía hace apenas unos días sobre “como el hecho de utilizar un lenguaje desproporcionado, falsamente generalista, desvirtúa la realidad, nos aleja de ella. Corremos el riesgo de desubicarnos, de separarnos de lo que en verdad acontece. El lenguaje desorbitado no nos inmuniza, nos engaña, disfraza la verdad, enmaraña la actualidad. La falsedad puede ser un virus más peligroso que ése del que dicen que ya tiene su vacuna… El verbo desorbitado dificulta conocer lo que nos ocurre y por qué nos ocurre, nos hace olvidar quienes somos… La ponderación, la búsqueda del equilibrio, de la justa verdad es lo que realmente nos hace libres, fuertes y por ende más inmunes”.
La pandemia se ha convertido en un negocio y las vacunas siguen la misma suerte. ¿Cómo es posible que se justifique la evolución de la pandemia en base a las subidas y bajadas de las Bolsas de Valores de todo el mundo?
Ante esta situación es fundamental que nos demos cuenta del gran poder que tenemos en nuestras manos y que se basa en una sencilla máxima: el cambio que queremos ver en el mundo hemos de generarlo primero en nosotros mismos.
Koldo Aldai escribía hace apenas unos días sobre “como el hecho de utilizar un lenguaje desproporcionado, falsamente generalista, desvirtúa la realidad, nos aleja de ella. Corremos el riesgo de desubicarnos, de separarnos de lo que en verdad acontece. El lenguaje desorbitado no nos inmuniza, nos engaña, disfraza la verdad, enmaraña la actualidad. La falsedad puede ser un virus más peligroso que ése del que dicen que ya tiene su vacuna… El verbo desorbitado dificulta conocer lo que nos ocurre y por qué nos ocurre, nos hace olvidar quienes somos… La ponderación, la búsqueda del equilibrio, de la justa verdad es lo que realmente nos hace libres, fuertes y por ende más inmunes”.
La pandemia se ha convertido en un negocio y las vacunas siguen la misma suerte. ¿Cómo es posible que se justifique la evolución de la pandemia en base a las subidas y bajadas de las Bolsas de Valores de todo el mundo?
Ante esta situación es fundamental que nos demos cuenta del gran poder que tenemos en nuestras manos y que se basa en una sencilla máxima: el cambio que queremos ver en el mundo hemos de generarlo primero en nosotros mismos.
La crisis global ¿Un problema o una oportunidad?
Photo by Anna Earl on Unsplash
El reto actual es el mayor al que nos hemos enfrentado, la crisis global podemos tomarla como un problema o como una oportunidad de transformación profunda del propio ser humano, de las estructuras sociales creadas y de su relación con la naturaleza. Todo depende de cómo lo miremos (la palabra crisis tiene esas dos acepciones: problemas y dificultades o bien oportunidades de cambio y transformación).
Si nuestra búsqueda de respuestas o soluciones sólo se dirige hacia el exterior, veremos al coronavirus como algo destructivo que destruye vidas, economías, modos de vida, etc. En cambio, si una vez observado lo que acontece volvemos la mirada hacia el interior buscando respuestas más profundas, podremos darnos cuenta de que es una oportunidad para generar cambios en todos los órdenes de la vida, pues el “modo de vida” que estábamos manteniendo en las últimas décadas se había hecho insostenible y requería profundas y drásticas decisiones que nadie se atrevía a tomar.
El cambio a una mayor conciencia tiene, por primera vez, dimensiones planetarias, pues todos los seres vivientes están afectados por el proceso que ha desencadenado el coronavirus. Siempre he estado de acuerdo con la frase que oí por primera vez al Dr. Hamer: “La enfermedad es un programa inteligente de la naturaleza que viene a decirle a quien la padece que algo en su vida no funciona correctamente”.
¿Y si el coronavirus fuese el portador de esa carta que necesariamente tenemos que abrir? ¿Y si hubiera venido a decirnos que debíamos parar tanto a nivel personal como a nivel planetario? ¿Y si su propósito fuera dar una “campanada” que resonara en todos para que reflexionáramos sobre lo que estábamos haciendo? ¿Y si el objetivo final de toda esta crisis era que nos replanteáramos hacia dónde queremos dirigirnos?
Si nuestra búsqueda de respuestas o soluciones sólo se dirige hacia el exterior, veremos al coronavirus como algo destructivo que destruye vidas, economías, modos de vida, etc. En cambio, si una vez observado lo que acontece volvemos la mirada hacia el interior buscando respuestas más profundas, podremos darnos cuenta de que es una oportunidad para generar cambios en todos los órdenes de la vida, pues el “modo de vida” que estábamos manteniendo en las últimas décadas se había hecho insostenible y requería profundas y drásticas decisiones que nadie se atrevía a tomar.
El cambio a una mayor conciencia tiene, por primera vez, dimensiones planetarias, pues todos los seres vivientes están afectados por el proceso que ha desencadenado el coronavirus. Siempre he estado de acuerdo con la frase que oí por primera vez al Dr. Hamer: “La enfermedad es un programa inteligente de la naturaleza que viene a decirle a quien la padece que algo en su vida no funciona correctamente”.
¿Y si el coronavirus fuese el portador de esa carta que necesariamente tenemos que abrir? ¿Y si hubiera venido a decirnos que debíamos parar tanto a nivel personal como a nivel planetario? ¿Y si su propósito fuera dar una “campanada” que resonara en todos para que reflexionáramos sobre lo que estábamos haciendo? ¿Y si el objetivo final de toda esta crisis era que nos replanteáramos hacia dónde queremos dirigirnos?
La influencia del deterioro medioambiental
Photo by Jacqueline Godany on Unsplash
Los científicos apuntan, en último extremo, a que el virus, su rápida difusión u su increíble capacidad de contagio, tiene una razón: el tremendo deterioro medioambiental que ha desequilibrado el orden ya precario que existía entre los ecosistemas de la Madre Naturaleza, algo de lo que el ser humano es el principal responsable.
Pero también podemos atribuir algunas causas en el ámbito personal: nuestra velocidad de vida, la incesante actividad, la focalización en el tener y no en el ser, la tendencia a satisfacer las carencias con la acumulación de cosas materiales, el consumo desenfrenado, una escala de valores distorsionada, el individualismo atroz, la inconsciencia de mirar para otro lado ante el sufrimiento y el dolor de los demás…
Ya desde la ciencia nos llegan avisos de que, posiblemente, cuando se vaya este virus vendrá otro y luego otro más… y esos pensamientos no son fruto de mentes conspiranóicas y alarmistas sino de la prospectiva que manejan los científicos, virólogos, epidemiólogos e investigadores.
Pero también podemos atribuir algunas causas en el ámbito personal: nuestra velocidad de vida, la incesante actividad, la focalización en el tener y no en el ser, la tendencia a satisfacer las carencias con la acumulación de cosas materiales, el consumo desenfrenado, una escala de valores distorsionada, el individualismo atroz, la inconsciencia de mirar para otro lado ante el sufrimiento y el dolor de los demás…
Ya desde la ciencia nos llegan avisos de que, posiblemente, cuando se vaya este virus vendrá otro y luego otro más… y esos pensamientos no son fruto de mentes conspiranóicas y alarmistas sino de la prospectiva que manejan los científicos, virólogos, epidemiólogos e investigadores.
La humanidad ante un salto de conciencia
Photo by Austin Schmid on Unsplash
Por eso, es imprescindible que a la complejidad que vivimos en estos momentos y que ya se prolonga desde hace un año, respondamos con un recurso que hasta ahora solo eran palabras bonitas que la mayoría de nosotros no sabíamos poner en práctica: “El nivel de conciencia del ser humano puede modificar su realidad, su biología, sus relaciones, su conexión con su potencial espiritual y con su entorno”… Esos enfoques están consensuados con la neurociencia, los experimentos de la epigenética y los descubrimientos de la física cuántica que nos hablan de nuestro poder co-creador de la realidad que vivimos, y esas coordenadas son las que nos marcan el camino a seguir.
El coronavirus nos ha dado la oportunidad de volver hacia adentro, de replantearnos creencias y valores, de retomar ideales olvidados, de dar importancia a las relaciones poniendo a las personas por encima de las cosas, de apreciar el valor de la familia y la amistad, de darnos cuenta de que no necesitamos todas esas cosas que creíamos imprescindibles. Las experiencias vividas, a veces a través de la enfermedad, otras a través de pérdidas materiales o de poder, otras a través de pérdidas humanas o de otro tipo, nos han puesto delante a cada uno las piezas que no estaban bien encajadas en nuestra vida, lo que no estaba ordenado o terminado, lo que estaba aún pendiente. Son asuntos que no podemos postergar para que lo arreglen las generaciones futuras, somos nosotros, el tiempo es AHORA.
¿Qué cosas tenemos a favor? Como nunca antes disponemos de un increíble desarrollo tecnológico, unos altísimos niveles de comunicación planetarios, una capacidad de ser solidarios; es ahora cuando entendemos de verdad lo que significa un mundo global pues estamos afectados por un problema común que nos hace sentirnos vulnerables y tomar conciencia de conceptos clave como justicia, equidad y hermandad, pues estamos involucrados en un destino común del que sólo podremos salir exitosamente si nos enfocamos en algo que llevan apuntado los economistas y medioambientalistas: el decrecimiento.
Evidentemente, hemos de cambiar hábitos de consumo, aprender a disfrutar de lo pequeño, recuperar el sentido del trabajo, recordar que es prioritario hacer un reparto justo de los recursos, volver a la austeridad, a buscar la calidad en lugar de la cantidad. Como decía el economista alemán E.F. Schumacher: “Lo pequeño es hermoso: Economía como si la gente importara”.
Javier Melloni, el teólogo y jesuita italo-catalán pone un ejemplo muy claro: “Estamos sufriendo la misma tempestad, aunque no vayamos en el mismo barco, pues unos van en un transatlántico y otros en cayuco”.
Y, para afrontar este gran reto que tenemos ante nosotros, es fundamental que incorporemos la espiritualidad como un marco en el que se puedan desarrollar los nuevos paradigmas que hemos de diseñar en todos los ámbitos. La espiritualidad, que como un gran paraguas proporcione una ética compartida y unos valores universales, asumiendo que somos una única familia humana que habitamos en una casa común.
Las prácticas espirituales se han convertido en algo imprescindible en estos tiempos: buscar el silencio, la respiración consciente, la introspección, la meditación o cualquier otra filosofía o disciplina que nos ayude a conservar la calma ante lo que estamos viviendo, a evitar el estrés, a tener una actitud positiva y constructiva, a generar desde nuestro corazón pensamientos de paz, concordia, confianza, apertura, aceptación, valor… y un sinfín de capacidades que anidan en nuestro interior y ahora es preciso manifestar.
Busquemos estar en entornos naturales, tomar el sol, hacer ejercicio, cuidar la alimentación tomando especialmente frutas, verduras, frutos secos y legumbres, eventualmente pescado, pero nada de carne o de modo excepcional pollo. Gocemos de la lectura, el aprender algo nuevo cada día, de conversaciones abiertas e inteligentes con la familia y los amigos. Disfrutemos de la música, el arte y la belleza que nos rodea. Dice un antiguo axioma que “aquello en lo que pones tu atención crece, se desarrolla”, pues bien focalicemos nuestra atención en ese mundo mejor que deseamos, creémoslo con nuestra mente y con nuestro corazón y, por supuesto, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestra acción ante cualquier oportunidad que la vida nos brinde.
Desde Conciencia Global nos comprometemos con vosotros:
A seguir manteniendo la coherencia entre lo que sintamos, pensemos, hagamos y digamos. A abrir nuestras páginas a cualquier colaboración que vaya en esa línea constructiva. A mantener los vínculos creados con todos los miembros de la comunidad, los suscriptores de nuestra revista desde sus orígenes. A garantizaros transparencia y honestidad en todas nuestras publicaciones. A responder a las situaciones desde la concordia, la cooperación y el entendimiento evitando los enfrentamientos y las luchas que forman parte de los viejos paradigmas. A poner nuestra mente y nuestro corazón al servicio de todos, para aportar una nota más en la sinfonía que crearemos juntos. El coronavirus nos ha dado la oportunidad de volver hacia adentro, de replantearnos creencias y valores, de retomar ideales olvidados, de dar importancia a las relaciones poniendo a las personas por encima de las cosas, de apreciar el valor de la familia y la amistad, de darnos cuenta de que no necesitamos todas esas cosas que creíamos imprescindibles. Las experiencias vividas, a veces a través de la enfermedad, otras a través de pérdidas materiales o de poder, otras a través de pérdidas humanas o de otro tipo, nos han puesto delante a cada uno las piezas que no estaban bien encajadas en nuestra vida, lo que no estaba ordenado o terminado, lo que estaba aún pendiente. Son asuntos que no podemos postergar para que lo arreglen las generaciones futuras, somos nosotros, el tiempo es AHORA.
¿Qué cosas tenemos a favor? Como nunca antes disponemos de un increíble desarrollo tecnológico, unos altísimos niveles de comunicación planetarios, una capacidad de ser solidarios; es ahora cuando entendemos de verdad lo que significa un mundo global pues estamos afectados por un problema común que nos hace sentirnos vulnerables y tomar conciencia de conceptos clave como justicia, equidad y hermandad, pues estamos involucrados en un destino común del que sólo podremos salir exitosamente si nos enfocamos en algo que llevan apuntado los economistas y medioambientalistas: el decrecimiento.
Evidentemente, hemos de cambiar hábitos de consumo, aprender a disfrutar de lo pequeño, recuperar el sentido del trabajo, recordar que es prioritario hacer un reparto justo de los recursos, volver a la austeridad, a buscar la calidad en lugar de la cantidad. Como decía el economista alemán E.F. Schumacher: “Lo pequeño es hermoso: Economía como si la gente importara”.
Javier Melloni, el teólogo y jesuita italo-catalán pone un ejemplo muy claro: “Estamos sufriendo la misma tempestad, aunque no vayamos en el mismo barco, pues unos van en un transatlántico y otros en cayuco”.
Y, para afrontar este gran reto que tenemos ante nosotros, es fundamental que incorporemos la espiritualidad como un marco en el que se puedan desarrollar los nuevos paradigmas que hemos de diseñar en todos los ámbitos. La espiritualidad, que como un gran paraguas proporcione una ética compartida y unos valores universales, asumiendo que somos una única familia humana que habitamos en una casa común.
Las prácticas espirituales se han convertido en algo imprescindible en estos tiempos: buscar el silencio, la respiración consciente, la introspección, la meditación o cualquier otra filosofía o disciplina que nos ayude a conservar la calma ante lo que estamos viviendo, a evitar el estrés, a tener una actitud positiva y constructiva, a generar desde nuestro corazón pensamientos de paz, concordia, confianza, apertura, aceptación, valor… y un sinfín de capacidades que anidan en nuestro interior y ahora es preciso manifestar.
Busquemos estar en entornos naturales, tomar el sol, hacer ejercicio, cuidar la alimentación tomando especialmente frutas, verduras, frutos secos y legumbres, eventualmente pescado, pero nada de carne o de modo excepcional pollo. Gocemos de la lectura, el aprender algo nuevo cada día, de conversaciones abiertas e inteligentes con la familia y los amigos. Disfrutemos de la música, el arte y la belleza que nos rodea. Dice un antiguo axioma que “aquello en lo que pones tu atención crece, se desarrolla”, pues bien focalicemos nuestra atención en ese mundo mejor que deseamos, creémoslo con nuestra mente y con nuestro corazón y, por supuesto, con nuestras actitudes y comportamientos, con nuestra acción ante cualquier oportunidad que la vida nos brinde.
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Te damos las gracias por tu comprensión y tu apoyo, sin ellos sería imposible continuar este proyecto de comunicación. Confiamos en que la vida os proporcione cuanto necesitéis para que podáis desarrollar vuestro Proyecto Vital y vayamos dando pasos hacia esa sociedad armónica que se gestó en nuestro corazón cuando decidimos encarnar en esta Tierra. ¡Que así sea! ¡Así es!
Gracias, gracias, gracias.