¿Dónde reside el verdadero poder?



Maria Pinar Merino Martin

16/12/2021

Recuerdo una mañana hace ya algunos años, en que como siempre llevé a mis hijos al Instituto. Mientras esperaba en el hall de entrada a que me atendiera la profesora a quien había pedido una entrevista, me vi envuelta en una vorágine de jóvenes de largas melenas, pantalones vaqueros, mochilas, piercings y pelos multicolores. Había un alboroto enorme de voces y risas. Estuve durante un rato atenta al ir y venir de aquellos adolescentes y pensé en el enorme potencial que anidaba dentro de cada uno de ellos, en lo que significa ser joven: fuerza, ilusión, entusiasmo, deseos de libertad, sueños... y todo ello impregnado de inconformismo y rebeldía para hacer las cosas de un modo distinto. «Lo tienen todo por hacer» -pensé.



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Fue entonces cuando reparé en el enorme mural de enfrente. La pared, convertida en un gigantesco tablón de anuncios, albergaba notas, folletos, avisos, listados... Me llamó la atención una gran cartulina blanca escrita con rotuladores de distintos colores y desde donde estaba pude leer:
 
«Las guerras que asolan nuestro mundo son un buen ejemplo de desatino, locura, sinrazón...
Ante este tipo de situaciones nos sentimos impotentes...
¿Qué hacer?
Quizá “currarnos” nuestras propias vidas para ser lo más decentes posible (por algo se empieza).
Quizá buscar y crear belleza para alegrarnos la vida... (música, arte, poesía).
Quizá echar un cable allá donde podamos y contribuir modestamente a que el mundo –personas, entorno, situaciones- sea un poco mejor.
¡¡¡Desesperar NUNCA!!!».
 
Reconozco que soy una lectora compulsiva, una de esas personas que cada vez que sube a un vagón del Metro vuelve a releerse la misma página de muestra del libro de turno, pegada al lado de las puertas. Es una magnífica campaña del Ayuntamiento de Madrid que motiva a la lectura. A mí me da lo mismo si se trata de El Quijote, San Juan de la Cruz o Alberti..., las leo una y otra vez y siempre descubro matices que me habían pasado desapercibidos. A pesar de que conozco ya algunos párrafos de memoria, siguen ejerciendo una poderosa atracción sobre mí que me hace disfrutarlas cada vez que las leo como si fueran nuevas.

Una llamada a la acción

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Estoy convencida de que entretejidas con las palabras se encuentran los sentimientos y emociones que inspiraron al autor y que si uno logra detenerse en ellas durante unos instantes lo puede captar. Sólo hace falta pararse y “mirar”.
    
El mensaje del tablón de anuncios del Instituto Diego Velázquez, de Torrelodones, me emocionó profundamente por su claridad.
    
Aquellas sencillas palabras expresaban todo lo que era posible. Se trataba tan sólo de unas pocas líneas que invitaban a la reflexión y después a la acción. Pero a través de esas frases me llegó preocupación, solidaridad, implicación personal y social, pero sobre todo el talante esperanzador de quien lo había escrito.
 
Pregunté al conserje si era obra de los chavales y me dijo que había sido Alfredo, el profesor de inglés y de actividades extraescolares.
    
Pedí papel y bolígrafo y copié el texto que se abría como una invitación al mundo que discurría frenético frente a él haciendo caso omiso de su mensaje.
    
Más allá descubrí otra invitación:
 
     «Visita tus bibliotecas y librerías favoritas ¿Te vas a perder el enorme placer de descubrir nuevos mundos de papel?».
     Y otra más:
     «Una sugerencia: ¿Por qué no sustituir esas estúpidas y tediosas horas de televisión, video-juegos y demás ‘come-tarros’ para teneros calladitos, por una actitud más beligerante?
     ¡¡¡Plantaos ante la vida que os quieren vender y tomad las riendas!!!
     ¿Que qué puedes hacer? ¿De verdad no se te ocurre nada? Entonces estás muerto,
     El conserje al verme tan interesada –algo insólito evidentemente en aquel lugar– me siguió:
     “¡Uy, esto no es nada! El mes pasado, a raíz de la muerte de unos jóvenes por unas pastillas de éxtasis, escribió una cosa preciosa. Si quiere se lo puedo pedir a ver si lo tiene. Lo hizo en el lenguaje de los chicos, para llegarles a ellos... era muy bueno”.

Gente pequeña… en lugares pequeños…

Tal vez yo sea muy simplista, tal vez tiendo a magnificar las cosas pequeñas y sencillas, pero para mí son esas pequeñeces las que construyen el mundo. Son esas nimiedades las que logran llenar mi día de ilusión y esperanza, las que me hacen recordar dónde reside el verdadero poder, las que me devuelven la confianza en las personas y la certeza de que los cambios –por grandes y difíciles que parezcan– son siempre factibles.
 
Por eso me viene siempre a la cabeza ese precioso proverbio que he utilizado tantas veces: “Gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, está cambiando el mundo”.
 
No conozco a Alfredo, una persona anónima que escribe cada vez que algo le preocupa o le afecta y tiene después la valentía y la entrega de colgarlo ante el mundo. Su campo de acción es pequeño, está compuesto apenas por los mil alumnos del instituto y el grupo de profesores... algo insignificante si se compara con las cifras millonarias en audiencia que manejan las grandes cadenas de información de nuestra sociedad. Pero, en ese pequeño gesto hay algo muy importante.
    
Y no puedo dejar de preguntarme: ¿Cuántos “Alfredos” habrá en el mundo? Seguramente son incontables, tal vez personas que un buen día se despertaron y descubrieron su poder interior, la capacidad de cambiarse a sí mismos cambiando sus pensamientos y de ese modo cambiar los aspectos menos armónicos de la sociedad en que viven. Descubrieron, en algún momento, el poder de la coherencia y se afianzan en él para responder a los avatares de la vida.
    
Desde ahí –como guerreros– comienzan su lucha constante, una lucha que abarca sólo su entorno más cercano, aquel sobre el que pueden incidir. No convocan a grandes batallas ni participan en guerras famosas de las que se nutren nuestros medios de comunicación..., su campo de batalla es su casa, sus amigos, su trabajo. Sus armas no tienen la sofisticación tecnológica de las que usan las grandes potencias del mundo, son muy sencillas: el deseo de ser mejor, la honestidad y la sinceridad con uno mismo, el aprender para crecer..., y su meta no es invadir otros territorios, ni aumentar el poder militar o económico, sino que lo que les dicta su ser esencial tenga expresión en el exterior.
    
Esa es su aportación al mundo y aunque sus acciones no ocupan titulares en los periódicos serán –un día no muy lejano– los verdaderos artífices de la transformación de la sociedad. 

Co-creando un mundo nuevo

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Es una lucha nueva, en la que ya no hace falta formar en las filas de tal o cual ideología, en la que no hay banderas ni estandartes, ni lemas de grandes verdades inmutables que luego cambian con los hombres y con los tiempos...
    
Se trata de colocar pequeñas llamadas de atención, poner semillas aquí y allá. Tal vez un día lo lean ocho, diez, quince estudiantes de secundaria, al día siguiente otros tantos... Es posible que por mantener su imagen “pasen” del “panfleto”. Tal vez sólo cale en unos pocos, pero todos sabemos la fuerza que tiene una gota constante cayendo sobre la misma roca.
    
También es posible que los adultos estemos tan acostumbrados a leer titulares dramáticos en los periódicos y a escuchar noticias espeluznantes en radio y televisión, que hayamos desarrollado una especie de “ceguera y sordera selectivas” que nos evitan vernos afectados por las “malas noticias”. Sin embargo, nuestros ojos y oídos son vírgenes ante tentativas personales como la de este profesor de Instituto. Es por eso que cuando uno se para un instante, el tiempo suficiente para leer o escuchar algo sencillo   pero que nos resuena muy dentro, uno se da cuenta de dónde reside el verdadero poder. ¿Lo habéis sentido? 






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