Derecho a vivir, derecho a morir



Luis Arribas Mercado

02/04/2023

Casi desde que el hombre tomó conciencia de su individualidad dentro de un gran entramado social, surgió la polémica entre el derecho a la libertad y el derecho a la vida, como si ambos derechos fueran contradictorios o contrapuestos.
Derecho a la libertad de elegir su destino y la forma de su muerte y, en contraposición, la negación de ese derecho en base a que la vida y la muerte son competencia exclusiva de Dios.



Foto de Patty Brito en Unsplash
Estos dos derechos son los que se han esgrimido en los foros y parlamentos internacionales a la hora de legitimar o no el derecho de cada uno a elegir la forma de morir o la propia práctica de la eutanasia en relación con la profesión médica.
 
Dentro de los debates éticos en la profesión médica, la eutanasia goza de una singular actualidad. Después de años, una gran literatura médica ha sido publicada a favor y en contra. La discusión gira alrededor de la tensión entre los imperativos éticos para aliviar el sufrimiento, particularmente en pacientes terminales quienes toman una decisión consciente de finalizar sus vidas, y el rechazo a la participación del médico y otros profesionales de la salud en el control de una vida.
 
La palabra eutanasia viene del griego, así: eu = bueno, thanatos = muerte. «Buena muerte», término que ha evolucionado y actualmente hace referencia al acto de acabar con la vida de otra persona, a petición suya, con el fin de eliminar su sufrimiento.
 
En general, podemos decir que la eutanasia es la terminación deliberada de la vida de un paciente en orden a prevenir posteriores sufrimientos. Es decir, se entiende como acción u omisión que, por su naturaleza, causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor o acortar el proceso de sufrimiento físico y psíquico cuando la muerte está próxima.
 
Hay quien opina que el debate se plantea desde postulados equívocos y muchas veces con una terminología que oculta el verdadero carácter del acto. Así, para esas personas, conceptos como «derecho a disponer de la propia vida», «derecho a una muerte digna», «morir con dignidad», ocultan el intento de dignificar el suicidio y la cooperación homicida con el suicida.
 
Para apoyar su postura no dudan en citar el juramento hipocrático cuando dice: «Jamás proporcionaré a persona alguna un remedio mortal aunque me lo pidiese, ni haré sugerencia alguna en tal sentido; tampoco suministraré a mujer alguna un remedio abortivo. Viviré y ejerceré mi arte en santidad y pureza» (siglo V a.c.).
 
Lo que no mencionan, en mi opinión, es que en la actualidad muchos de los que se dedican a la profesión médica tienen unos planteamientos éticos bastante alejados de lo que manifiesta el «Juramento Hipocrático» («Aplicaré mis tratamientos para beneficio de los enfermos, según mi capacidad y buen juicio, y me abstendré de hacerles daño o injusticia»), al no tener en cuenta los efectos yatrogénicos o secundarios que producen muchos de los medicamentos que recetan siguiendo las indicaciones de los fabricantes, lo que desde antiguo se conoce con el refrán: “es peor el remedio que la enfermedad”.
 
Por otra parte, la forma en que se lleva a cabo la eutanasia crea una división:
 
Eutanasia pasiva: éste es un término mal utilizado por los medios de comunicación y a lo único que se refiere es a la muerte natural. Se produce al suspender el uso de los instrumentos de apoyo de vida o el suministro de medicamentos para que se dé una muerte completamente natural.
 
Eutanasia activa: este término se refiere a la muerte que se ocasiona de una manera directa para poner fin al sufrimiento del paciente.
 
En cuanto al suicidio asistido, al que se relaciona vagamente con la eutanasia, éste se produce cuando alguien le da a un paciente la información y los medios necesarios para que pueda terminar fácilmente con su propia vida. Esto se puso de actualidad a raíz del estreno de la película «Mar adentro» sobre la vida de Ramón Sampedro, el tetrapléjico gallego que estuvo luchando durante años para que le autorizaran a terminar con su vida y que, al no conseguirlo, optó por pedir ayuda a familiares y amigos hasta que finalmente lo logró. La película suscitó una gran controversia, pues hay quien opina que se está haciendo apología del suicidio asistido.
 
Y es que los debates que se llevan a cabo sobre la eutanasia generalmente terminan enredándose por prejuicios morales, religiosos, emocionales, etc. Pero, en realidad, sin cuestionar los diferentes puntos de vista, la pregunta que se debería formular es:
«A una persona que se siente absolutamente mal, que siente que su vida no es suficiente razón para vivir el dolor insoportable, la pérdida de dignidad o la pérdida de algunas facultades; que pide repetidamente ayuda para un suicidio; que está consciente y no está en capacidad de fingir una depresión ¿se le puede aplicar la eutanasia o asesorarla en su suicidio?». Esa es la cuestión que todos deberíamos hacernos, sobre todo teniendo en cuenta que la vida nos puede colocar ante situaciones en que se nos pida una respuesta o una postura, si no por la propia enfermedad, sí quizás por la de un familiar o allegado. No olvidemos que, finalmente, el debate sobre la eutanasia no deja de ser un asunto de elección: «¿Se debe facultar a la gente para tener control sobre sus propios cuerpos?».
 
Lo que parece claro es que no deberíamos nunca generalizar ante cuestión tan importante, cada caso es distinto y aunque los médicos se amparen en cuestiones tales como la compasión o la inviabilidad para que la vida continúe, no es menos cierto que se han dado casos de pacientes en coma irreversible que se han recuperado y han tenido posteriormente una vida normal.
 
Por supuesto, existen discrepancias, en ocasiones irreconciliables, entre distintos colectivos sociales, siendo los grupos religiosos los que más manifestaciones y presiones efectúan a los poderes político y judicial para que todo lo relativo a la despenalización de la eutanasia o del suicidio asistido no llegue a buen puerto. Sin embargo, se da la curiosa contradicción de que alguno de esos grupos religiosos no rechazan la pena de muerte...
 
Así nos encontramos con que en los Estados Unidos, por ejemplo, la Iglesia Católica Romana, la Luterana y la Episcopal han emitido declaraciones formales opuestas a la eutanasia y al suicidio asistido. Sin embargo, la mayoría de grupos religiosos no se oponen a la eutanasia pasiva que, como ya hemos indicado, no es más que dejar que la muerte se produzca de una manera natural sin aplazarla ni acelerarla.
 
El 25 de junio de 2021 entró en vigor en España la Ley Orgánica 3/2021 reguladora de la Eutanasia (LORE). Esta normativa sitúa a España como el cuarto país europeo en despenalizar la eutanasia y el suicidio asistido, y el primero en hacerlo con un sistema de control previo a su aplicación, mediante la supervisión caso por caso por parte de una Comisión de Garantías y Evaluación.
 
La voluntad del legislador es dar garantías al ciudadano de que siempre se cumplirán los requisitos establecidos por la ley y que la autorización para la eutanasia o el suicidio médicamente asistido -según escoja la persona- tendrá una supervisión administrativa previa a su realización y no posterior, como ocurre en los países que nos han precedido como Holanda, Bélgica o Luxemburgo.
 
Como vemos, después de que la eutanasia haya sido aprobada además de en nuestro país en algunos países como los anteriormente mencionados y también en Colombia, Canadá, Nueva Zelanda y Australia, la polémica sigue activa. Aunque, de la misma manera que la sociedad y las leyes tuvieron en su día que resolver el tema de la interrupción voluntaria del embarazo, también entonces nos encontraremos con que al final, y en los momentos en que personalmente uno se encuentre ante el dilema de la vida y la muerte, sólo quedará el mirar hacia adentro buscando las respuestas que nos dicten la mente y el corazón.






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