Cuando la enfermedad nos habla



Maria Pinar Merino Martin

18/05/2022

La enfermedad, además de una desarmonización de nuestro ser, es el lenguaje que utiliza el cuerpo para decirnos que algo funciona mal en nuestra vida. Y así, si el problema es menor, nos lo dice con un susurro provocándonos un leve dolor. Si el problema es mayor, nos habla en voz más alta. Y si la cuestión es grave, nos "grita" haciendo el dolor insoportable. Dolor, pues, que al igual que la enfermedad es una llamada de atención que nos indica que algo no funciona bien.



Foto de Anthony Tran en Unsplash
El ser humano, atendiendo a la nueva concepción que lo define como una unidad de conciencia en evolución, forma parte de la Gran Conciencia Global manifestada en el Megaholograma Universal. Razón por la cual podemos también identificarlo como el Todo en potencia -recuérdese el antiguo postulado de Hermes Trismegisto, "El Todo está en la parte; la parte está en el Todo", un Todo que debe ir identificando paso a paso a lo largo de su interminable camino evolutivo.
 
Desde este punto de vista, el objetivo de la evolución sería, pues, ir descubriendo la "información" codificada para integrarla y, de ese modo, ir ampliando la consciencia del ser y de su relación con el entorno. Así, la enfermedad que se hace patente a través de los síntomas representa una señal, un aviso de que hay algo que modificar. Se la conceptúa pues como el lenguaje del cuerpo para permitir al individuo introducir cambios y corregir comportamientos que le crean desarmonía.
 
Poder identificar las causas de las dolencias buscando su origen un poco más allá de las causas físicas asomándonos a los desequilibrios emocionales, a los pensamientos no armónicos e, incluso, a la contradicción entre lo que nos dicta nuestro interior y lo que vivimos en el exterior nos plantea una actitud nueva de autorresponsabilidad e independencia frente a nuestros procesos de cambio y crecimiento. 

Sentando las bases

Foto de Matteo Vistocco en Unsplash
La enfermedad, además de una desarmonización de nuestro ser, es -como el dolor- el lenguaje que utiliza el cuerpo para decirnos que algo funciona mal en nuestra vida.  La ciencia comienza a abrir sus ojos ante la realidad de la interacción mente-cuerpo y a medir el efecto que los estados emocionales (depresión, amor, cólera, odio, amor, generosidad, alegría, optimismo...) producen en el cuerpo.  La Medicina Holística o Integral defiende que la mayoría de las enfermedades físicas son el resultado de una sobrecarga de crisis emocionales, psicológicas y espirituales.  Casi nadie pone hoy en duda que el rencor, el odio o la represión producen reacciones químicas en nuestro organismo, confirmación de que son nuestros pensamientos y emociones los que desencadenan -o, al menos, coadyuvan en él- el proceso que nos lleva a caer enfermos.  Las actitudes positivas ante la vida son favorecedoras del equilibrio y la salud; en cambio, las negativas producen el debilitamiento de nuestro sistema inmunitario.  Todos tenemos necesidad de tener experiencias gratificantes y compensatorias en el terreno afectivo; si no es así, se producirán bloqueos que desembocarán tarde o temprano en la temida enfermedad.  La pérdida de ilusión por la vida, la ausencia de metas y objetivos es una de las principales causas de enfermedades, primero psicológicas -depresión, neurosis, etc.- y más tarde físicas.  La consciencia es la clave de la evolución y no es otra cosa que darse cuenta, saber el porqué de las cosas, conocerse uno mismo, identificar sus potencialidades y límites para encauzarlas hacia el progreso y el mejoramiento.  Las técnicas alternativas tienen un único objetivo: implicar al paciente en su propia curación, hacerle consciente de que el médico o sanador favorece la curación, ayuda y proporciona remedios, pero no es quien cura realmente.  Cuando el enfermo cree que está recibiendo la medicación que el médico –en quien confía ciegamente- le prescribe, inconscientemente pone en marcha mecanismos que tienen efectos inmediatos sobre su cuerpo.  Los síntomas de cualquier enfermedad representan una oportunidad de conocer aquellos aspectos de nuestra vida que no están bien encajados ya que toda dolencia indica que se ha producido una desarmonización en algún nivel y que nuestro cuerpo, a veces con el concurso de elementos externos, está somatizando el conflicto.  El mayor paso para estar siempre sano consiste en aprender a abrirse al amor, a dar y recibir la energía de mayor poder que existe en el universo dejando que fluya en nosotros y en nuestras relaciones interpersonales.  Está comprobado que los estados de aflicción mental se convierten en procesos bioquímicos que crean enfermedades, pero también es verdad que un estado de felicidad, alegría, ilusión u optimismo es capaz de producir automáticamente las sustancias necesarias naturales para contrarrestar la enfermedad.  Es el desconocimiento de nosotros mismos lo que nos hace víctimas de la enfermedad, del envejecimiento y de la muerte. Por eso tan importante revisar de manera constante todas las creencias que hemos ido acumulando a lo largo de la vida ya que a lo mejor descubrimos que pueden ser sustituidas por otras más acordes con nosotros, con la vida y con la realidad.  De la actitud con la que afrontemos nuestros problemas de salud dependerá que ello redunde en un beneficio para nuestro crecimiento como seres en evolución o la experiencia forme parte del sufrimiento de la inconsciencia.

¿Por qué enfermamos?

Foto de Anthony Tran en Unsplash
Cuando escuchamos por boca del médico el diagnóstico de que sufrimos tal o cual enfermedad no podemos evitar preguntarnos: ¿por qué?, ¿qué hemos hecho nosotros para que nos suceda eso? Y la respuesta casi siempre tiene el matiz de un cierto sentimiento de injusticia o, cuando menos, de incomprensión. Mucha gente cree aún que la enfermedad se produce por injerencias externas que en forma de virus o bacterias atacan el buen funcionamiento de nuestro cuerpo. Sin embargo, eso no explica por qué en la misma situación no se contagian todos los que han estado expuestos a ese ambiente contaminado. Y es que las respuestas deben ser complementadas con nuevas ideas que nos hagan encontrar razones en otros campos más sutiles que interaccionan con nuestro cuerpo físico y que conforman también nuestra personalidad, como son los aspectos emocionales y mentales.
 
La ciencia no duda ya de la realidad de la interacción mente-cuerpo y conoce el efecto que los estados emocionales (depresión, amor, cólera, odio, amor, generosidad, alegría, optimismo...) producen en el organismo. Sin embargo, queda aún mucho camino por recorrer hasta que se produzca un encuentro entre la Medicina tradicional y la Medicina Holística o Integral. Porque esta última defiende que la mayoría de las enfermedades físicas son el resultado de una sobrecarga de crisis emocionales, psicológicas y espirituales.
 
Hoy, ante la aparición de los primeros síntomas, empieza la búsqueda implacable de culpables: ¿por qué ha fallado el corazón? ¿un excesivo nivel de colesterol?, ¿una vida demasiado sedentaria?, ¿un excesivo consumo de grasas o sal? ¿Por qué ese cáncer? ¿quizá el tabaco?, ¿la radiación ambiental?, ¿los genes...? Es decir, siempre se busca la razón de la enfermedad en el mundo físico. Sin embargo, en la mayoría de los casos no es ahí donde hay que buscar sino en el plano emocional y mental. De hecho, se ha comprobado que previa a la aparición del síntoma de la enfermedad hay alteraciones en esos otros niveles que han provocado finalmente la disfunción física.
 
La verdad es que hoy nadie pone en duda que el rencor, el odio o la depresión producen reacciones químicas en nuestro organismo, confirmación de que son nuestros pensamientos y emociones los que desencadenan el proceso -o, al menos, coadyuvan en él- que nos lleva a caer enfermos. Y son ya muchos los profesionales de la Medicina y la Psicología que afirman hoy que la causa de la enfermedad se relaciona fundamentalmente con las tensiones internas presentes en la vida de una persona. Tensiones que se podrían identificar con la culpa, el rencor, el odio, la falta de ilusión por la vida, la falta de autoestima y el miedo en todas sus manifestaciones. Factores todos ellos desencadenantes de grandes "epidemias" tanto físicas como psicológicas.

¿Cuándo empezamos a ponernos enfermos?

Foto de Anthony Tran en Unsplash
Desde que se produce la alteración en la mente hasta que se somatiza el conflicto en el cuerpo físico transcurre un tiempo. El cirujano norteamericano C. Norman Shealy, neurólogo y experto en tratamiento del dolor y el estrés, y coautor del libro “La creación de la salud”, identifica ocho grandes focos desencadenantes de enfermedades. De forma resumida, son estos:
 
Cualquier tensión emocional, psicológica o espiritual no resuelta en tanto crea una contradicción entre lo que le dicta el interior y lo que la persona está viviendo en la vida. La influencia de las creencias. A fin de cuentas, cada uno de nosotros estamos condicionados por una serie de creencias que nos hacen ver y vivir la realidad de modo bien distinto. Y así, mientras las actitudes positivas son favorecedoras del equilibrio y la salud, las negativas producen el debilitamiento de nuestro sistema inmunitario. La incapacidad de dar y/o recibir amor. Todos tenemos necesidad de tener experiencias gratificantes y compensatorias en el terreno afectivo y, si no es así, se producen bloqueos que desembocan tarde o temprano en la temida enfermedad. La falta de humor y la incapacidad de desdramatizar los sucesos de la vida cotidiana. La risa tiene un poder curativo enorme y el sentido del humor hace eliminar muchas de las tensiones que, en caso contrario, se somatizarán en el físico al "enquistarse" energéticamente. La imposibilidad de elegir libremente en la vida. Y es que la necesidad de tener el control de nuestra propia vida se ha convertido en una fuente de conflictos permanente ante la dificultad que supone mantenerse libre en un mundo tan mediatizado como el nuestro. La falta de cuidado de nuestro cuerpo físico. La alimentación, el ejercicio, la vida saludable, los hábitos sanos, etc., son pilares fundamentales para mantener la salud. La pérdida de ilusión por la vida, la ausencia de metas y objetivos. La vorágine de vida que llevamos nos hace en ocasiones perder de vista nuestra proyección de futuro con lo que el presente carece de sentido. Es una de las principales causas de enfermedades, primero psicológicas -depresión, neurosis, etc.- y más tarde físicas. La tendencia a la negación. Es decir, la incapacidad para enfrentarse a los obstáculos de la vida y de reconocer lo que en ella no funciona.
 
Continuará…






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