Photo by Susan Q Yin on Unsplash
Todos en mayor o menor medida buscamos la felicidad, buscamos el camino que nos pueda llevar a ella, y lo hacemos tratando de salir al encuentro con uno mismo/a y, a veces, muchas por desgracia, nos metemos en caminos tortuosos que, aunque generalmente están iluminados con luces de neón, no dejan de ser un espejismo que nos distrae de nuestro verdadero objetivo.
Uno de esos caminos es el del deseo de reconocimiento, de ser admirado y considerado alguien especial creyendo que, de esa manera, alcanzaremos más rápidamente lo que estamos buscando. Son personas cuyo ego se impone a cualquier manifestación, para lo cual no dudan en gastarse su dinero en la compra de ropa o artículos de belleza que impone la moda. Tarde o temprano la realidad viene a nuestro encuentro y lo hace acompañada de la soledad, porque no hay nada más efímero que la fama o la belleza y, cuando desaparecen, todos los que nos adulaban nos vuelven la espalda y dirigen su mirada y su atención a otro candidato. A partir de ese momento es cuando uno vuelve a mirarse a sí mismo tratando de descubrir en qué punto del camino se desvió de su proyecto vital.
Otro camino en el que se suele caer es el del victimismo, el buscar que te estén atendiendo todo el día porque eres un «pobre de mí». Sin duda eso es una estrategia pura para que otros hagan lo que tendrías que hacer por ti mismo. El “pobre de mí” consigue su propósito hasta que los que le rodean –sus servidores- se dan cuenta de su estrategia, momento en que es dejado de lado y no le queda más remedio que enfrentarse a sus propias circunstancias y necesidades. Esas personas creen que con esa actitud conseguirán que les quieran, que les acepten, cuando lo que realmente consiguen al cabo del tiempo es que les abandonen hartos de llevarle la mochila.
Otros caminos que suelen llamar la atención son los de creer que «tanto tienes tanto vales». Ese es un camino peligroso porque quien transita por él nunca está satisfecho con lo que tiene, creyendo que la gente solo se fija en lo externo y por tanto no paran hasta que creen que consiguiendo fama y fortuna quienes le rodean, los medios de comunicación e incluso las instituciones políticas y financieras, le abrirán las puertas por “ser él quien es”, por lo que tiene, que piensa que eso le da valor social. Llega un momento en que se da cuenta de que, a lo mejor, tiene mucho dinero pero es considerado un miserable, sin compasión ni amigos de verdad, y que cree que si pierde su fortuna será rechazado por su entorno, que ya no le admirarán como antes. Es un camino que va en paralelo al del reconocimiento del que hablaba anteriormente. Ambos conducen a la posada de la soledad, donde no hallarán sino espejos para mirarse a los ojos que le dirán cómo volver a encontrar la luz de su corazón.
Otro de esos caminos que resulta muy atractivo para muchos es el del culto al cuerpo, tanto el que se machaca en el gimnasio como el que se vuelve un «fundamentalista» de la alimentación llamada «natural» y que, en ocasiones, te deja sin gota de energía. Este camino se ha abierto para muchas personas que buscan desarrollar su cuerpo muchas veces con la excusa de estar más saludables. Es un camino corto, cuesta arriba, que agota porque nunca se llega al final, siempre hay un paso más que dar para mantener la imagen de súper atleta que con tanto esfuerzo han conseguido. En ocasiones, se recurre a los estimulantes tanto físicos como psíquicos para seguir avanzando o no decaer lo que, evidentemente, va en contra de la supuesta razón que les llevó a comenzar este camino. El paso del tiempo devuelve a estos caminantes a la realidad objetiva.
Hay caminos menos iluminados pero también enrevesados, son los de las creencias inamovibles, ésas por las que la vida permanentemente nos zarandea a ver si las revisamos para adecuarlas a nuestro momento actual, a ver si relativizamos las cosas y no nos convertimos en fanáticos y «maníacos obsesivos de la verdad». Entre estas creencias están las religiosas, las científicas, las médicas, las políticas... Todas ellas tratan de que no nos salgamos del camino que han trazado y, generalmente, lo hacen asustándonos, por eso sabemos que no son buenas.
Las creencias religiosas te asustan con el infierno, son las que a lo largo del tiempo han provocado muchas guerras, enfrentando a cristianos y musulmanes, a protestantes contra católicos o a ateos contra creyentes. las científicas lo hacen invalidando los descubrimientos que rompen sus esquemas (como en la Edad Media); las médicas amenazando con la muerte si haces caso a la medicina y terapias alternativas que, por supuesto, es algo que desconocen y no quieren conocer; las creencias políticas te asustan con la ruina, con el caos, con la pérdida de todo lo que tienes...
Por último, decir que más allá de lo obvio, de lo concreto y aparentemente real, está lo sutil, lo inmanente, eso que somos de verdad, mientras lo «real» es un espejismo que hemos creado para andar por esos caminos tortuosos, tratando de encontrar la senda que nos lleve al interior; al principio lo haremos con la luz de un candil y, más tarde, con una luz deslumbrante que solo ciega a los que andan por donde no deben, porque están mirando con los ojos físicos en lugar de hacerlo con los ojos del alma.
Uno de esos caminos es el del deseo de reconocimiento, de ser admirado y considerado alguien especial creyendo que, de esa manera, alcanzaremos más rápidamente lo que estamos buscando. Son personas cuyo ego se impone a cualquier manifestación, para lo cual no dudan en gastarse su dinero en la compra de ropa o artículos de belleza que impone la moda. Tarde o temprano la realidad viene a nuestro encuentro y lo hace acompañada de la soledad, porque no hay nada más efímero que la fama o la belleza y, cuando desaparecen, todos los que nos adulaban nos vuelven la espalda y dirigen su mirada y su atención a otro candidato. A partir de ese momento es cuando uno vuelve a mirarse a sí mismo tratando de descubrir en qué punto del camino se desvió de su proyecto vital.
Otro camino en el que se suele caer es el del victimismo, el buscar que te estén atendiendo todo el día porque eres un «pobre de mí». Sin duda eso es una estrategia pura para que otros hagan lo que tendrías que hacer por ti mismo. El “pobre de mí” consigue su propósito hasta que los que le rodean –sus servidores- se dan cuenta de su estrategia, momento en que es dejado de lado y no le queda más remedio que enfrentarse a sus propias circunstancias y necesidades. Esas personas creen que con esa actitud conseguirán que les quieran, que les acepten, cuando lo que realmente consiguen al cabo del tiempo es que les abandonen hartos de llevarle la mochila.
Otros caminos que suelen llamar la atención son los de creer que «tanto tienes tanto vales». Ese es un camino peligroso porque quien transita por él nunca está satisfecho con lo que tiene, creyendo que la gente solo se fija en lo externo y por tanto no paran hasta que creen que consiguiendo fama y fortuna quienes le rodean, los medios de comunicación e incluso las instituciones políticas y financieras, le abrirán las puertas por “ser él quien es”, por lo que tiene, que piensa que eso le da valor social. Llega un momento en que se da cuenta de que, a lo mejor, tiene mucho dinero pero es considerado un miserable, sin compasión ni amigos de verdad, y que cree que si pierde su fortuna será rechazado por su entorno, que ya no le admirarán como antes. Es un camino que va en paralelo al del reconocimiento del que hablaba anteriormente. Ambos conducen a la posada de la soledad, donde no hallarán sino espejos para mirarse a los ojos que le dirán cómo volver a encontrar la luz de su corazón.
Otro de esos caminos que resulta muy atractivo para muchos es el del culto al cuerpo, tanto el que se machaca en el gimnasio como el que se vuelve un «fundamentalista» de la alimentación llamada «natural» y que, en ocasiones, te deja sin gota de energía. Este camino se ha abierto para muchas personas que buscan desarrollar su cuerpo muchas veces con la excusa de estar más saludables. Es un camino corto, cuesta arriba, que agota porque nunca se llega al final, siempre hay un paso más que dar para mantener la imagen de súper atleta que con tanto esfuerzo han conseguido. En ocasiones, se recurre a los estimulantes tanto físicos como psíquicos para seguir avanzando o no decaer lo que, evidentemente, va en contra de la supuesta razón que les llevó a comenzar este camino. El paso del tiempo devuelve a estos caminantes a la realidad objetiva.
Hay caminos menos iluminados pero también enrevesados, son los de las creencias inamovibles, ésas por las que la vida permanentemente nos zarandea a ver si las revisamos para adecuarlas a nuestro momento actual, a ver si relativizamos las cosas y no nos convertimos en fanáticos y «maníacos obsesivos de la verdad». Entre estas creencias están las religiosas, las científicas, las médicas, las políticas... Todas ellas tratan de que no nos salgamos del camino que han trazado y, generalmente, lo hacen asustándonos, por eso sabemos que no son buenas.
Las creencias religiosas te asustan con el infierno, son las que a lo largo del tiempo han provocado muchas guerras, enfrentando a cristianos y musulmanes, a protestantes contra católicos o a ateos contra creyentes. las científicas lo hacen invalidando los descubrimientos que rompen sus esquemas (como en la Edad Media); las médicas amenazando con la muerte si haces caso a la medicina y terapias alternativas que, por supuesto, es algo que desconocen y no quieren conocer; las creencias políticas te asustan con la ruina, con el caos, con la pérdida de todo lo que tienes...
Por último, decir que más allá de lo obvio, de lo concreto y aparentemente real, está lo sutil, lo inmanente, eso que somos de verdad, mientras lo «real» es un espejismo que hemos creado para andar por esos caminos tortuosos, tratando de encontrar la senda que nos lleve al interior; al principio lo haremos con la luz de un candil y, más tarde, con una luz deslumbrante que solo ciega a los que andan por donde no deben, porque están mirando con los ojos físicos en lugar de hacerlo con los ojos del alma.