Por Anthony de Mello
Foto de Juliana Kozoski en Unsplash
El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo:
“De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: “Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.
A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: “Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho”.
Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”.
Sí yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida”.
“De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: “Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.
A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: “Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho”.
Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”.
Sí yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida”.
Comentario
Los problemas del mundo son tan descomunales, tan complejos que abordarlos y resolverlos no va a depender de las circunstancias externas, no encontraremos la solución por medio de conferencias o proyectos, ni cambiando viejos dirigentes por unos nuevos. ¡No! La solución está en el creador del problema, en el creador de la maldad, del odio y de la enorme falta de comprensión que existe entre los seres humanos, nosotros mismos.
El mundo es como es, porque nosotros somos como somos, el mundo es nuestra proyección, no es algo separado de nosotros mismos, nosotros somos el mundo y nuestros problemas son los problemas del mundo.
Para transformar el mundo debemos empezar por nosotros mismos, debemos comprender que es nuestra responsabilidad, porque por pequeño que sea el mundo en el que vivimos, si podemos transformarnos, si podemos dar un enfoque diferente a nuestra existencia cotidiana, entonces tal vez, influiremos en el mundo en general y consecuentemente, en la relación de unos con otros.
Pero para conocernos en profundidad tiene que haber un verdadero “hartazgo” de uno mismo, el conocimiento propio no podemos encontrarlo en ningún libro, cómo dice Elisabeth Haich en su libro “Iniciación”: “Leer sólo sirve para saber lo que hay que hacer, si quieres alcanzar el objetivo, el Yo, es necesario actuar” y para ello tenemos que descubrirlo y para descubrirlo debe haber intención, búsqueda, investigación con un espíritu serio y crítico, porque si esa intención es débil, el mero deseo de investigar acerca de uno mismo será muy poco relevante.
Para comprender ese proceso debe haber intención de conocer “lo que es”, intención de seguir cada pensamiento, sentimiento y acción, tal y como es y no como nos gustaría que fuera, porque si empezamos a juzgar, condenar, a llenarlo de expectativas o de resistencias no comprenderemos su funcionamiento.
Para ello la mente debe darse cuenta, estar atenta, libre de toda creencia de toda idealización, porque las creencias y los ideales sólo colorean e impiden la verdadera percepción.
Krishnamurti lo resume de una manera magistral. “Si uno quiere conocerse tal y como es, no puede imaginar o creer en algo que no es; si uno es codicioso, envidioso, violento, el mero ideal de “no violencia”, de “no codicia”, no tiene ningún valor. Sin embargo, saber que uno es codicioso o violento, saberlo y comprenderlo, requiere de una extraordinaria percepción, exige sinceridad, claridad de pensamiento, mientras que perseguir un ideal alejado de “lo que es” es evadirse, impide descubrir y actuar directamente sobre lo que uno es.
Para generar una revolución fundamental en uno mismo, es necesario comprender todo el proceso de nuestro propio pensar y sentir, consiste en verse a sí mismo de instante en instante en el espejo de la relación, de la relación con las pertenencias, las cosas, las personas y las ideas, esa es la única solución a nuestros problemas.
Si podemos comprendernos a nosotros mismos tal como somos de instante en instante, sin proceso de acumulación, veremos cómo nace una quietud que no es el producto de la mente, una quietud que no es imaginada ni cultivada, y sólo en ese estado de quietud puede haber creatividad”.
El mundo es como es, porque nosotros somos como somos, el mundo es nuestra proyección, no es algo separado de nosotros mismos, nosotros somos el mundo y nuestros problemas son los problemas del mundo.
Para transformar el mundo debemos empezar por nosotros mismos, debemos comprender que es nuestra responsabilidad, porque por pequeño que sea el mundo en el que vivimos, si podemos transformarnos, si podemos dar un enfoque diferente a nuestra existencia cotidiana, entonces tal vez, influiremos en el mundo en general y consecuentemente, en la relación de unos con otros.
Pero para conocernos en profundidad tiene que haber un verdadero “hartazgo” de uno mismo, el conocimiento propio no podemos encontrarlo en ningún libro, cómo dice Elisabeth Haich en su libro “Iniciación”: “Leer sólo sirve para saber lo que hay que hacer, si quieres alcanzar el objetivo, el Yo, es necesario actuar” y para ello tenemos que descubrirlo y para descubrirlo debe haber intención, búsqueda, investigación con un espíritu serio y crítico, porque si esa intención es débil, el mero deseo de investigar acerca de uno mismo será muy poco relevante.
Para comprender ese proceso debe haber intención de conocer “lo que es”, intención de seguir cada pensamiento, sentimiento y acción, tal y como es y no como nos gustaría que fuera, porque si empezamos a juzgar, condenar, a llenarlo de expectativas o de resistencias no comprenderemos su funcionamiento.
Para ello la mente debe darse cuenta, estar atenta, libre de toda creencia de toda idealización, porque las creencias y los ideales sólo colorean e impiden la verdadera percepción.
Krishnamurti lo resume de una manera magistral. “Si uno quiere conocerse tal y como es, no puede imaginar o creer en algo que no es; si uno es codicioso, envidioso, violento, el mero ideal de “no violencia”, de “no codicia”, no tiene ningún valor. Sin embargo, saber que uno es codicioso o violento, saberlo y comprenderlo, requiere de una extraordinaria percepción, exige sinceridad, claridad de pensamiento, mientras que perseguir un ideal alejado de “lo que es” es evadirse, impide descubrir y actuar directamente sobre lo que uno es.
Para generar una revolución fundamental en uno mismo, es necesario comprender todo el proceso de nuestro propio pensar y sentir, consiste en verse a sí mismo de instante en instante en el espejo de la relación, de la relación con las pertenencias, las cosas, las personas y las ideas, esa es la única solución a nuestros problemas.
Si podemos comprendernos a nosotros mismos tal como somos de instante en instante, sin proceso de acumulación, veremos cómo nace una quietud que no es el producto de la mente, una quietud que no es imaginada ni cultivada, y sólo en ese estado de quietud puede haber creatividad”.
Pensamientos, palabras, acciones
Foto de Glen Carrie en Unsplash
Hace unas semanas me reuní con unas amigas para comer. En el transcurso de la velada, surgió el tema de la guerra de Ucrania, cada una expuso su sentir, unas de una manera más vehemente, otras de una manera más visceral…raro en mí, ese día me encontraba en un estado de atención serena, tranquila, era uno de esos días que me aparecen sin pretenderlo, que me capturan por sorpresa “colocándome” en ese estado de apertura, es una bendición, la verdad, pues los pensamientos no me molestan y no me atrapan, con lo que la mente está completamente lúcida y quieta. Bien, una vez que los tonos fueron disminuyendo, me sorprendí diciéndoles:
“Es una pena que aún no nos demos cuenta de lo hipócritas que podemos ser y os explico. Aquí, en vuestras intervenciones han salido toda clase de juicios, críticas y hasta insultos hacia Putin, Rusia, la guerra, los intereses que genera, etc., con arreglo a vuestras expectativas y formas de percibir el problema, todo ello en mi opinión subjetivo y relativo.
Os voy a poner unos ejemplos para aclarar mi punto de vista.
Cuando, por ejemplo, vamos por la carretera y un conductor hace una picia que nos provoca un frenazo y comenzamos a insultarle, ¿eso para vosotras que es?... Para mí es una agresión que estoy verbalizándole al otro.
Cuando comenzamos a criticar, culpabilizar, enjuiciar a los demás, porque no se adaptan a nuestras expectativas o a nuestra forma de funcionar. ¿Eso para vosotras que es?... Para mí, es una acción destructiva y dañina hacia la persona a la que van dirigidas mis críticas.
Cuando no respetamos las ideas del otro, ni atendemos a lo que nos dice, tan solo queremos “llevarnos el gato al agua”. ¿Eso para vosotras que es?... Para mí es control, egoísmo.
Cuando vamos censurando y ocupando el espacio vital del otro, el espacio que cada uno por derecho tiene. ¿Eso para vosotras que es?... Para mí es invasión.
Si lo veis detenidamente, esas palabras que han salido que se convierten en acciones y que antes de verbalizarlas son pensamientos; la agresión, destrucción, control, egoísmo, invasión… ¿a que os suena todo esto? Las guerras son el exponente mayor dónde se concentra toda la ignorancia y estupidez humana. Unas mentes inmaduras provocan un mundo inmaduro. Mientras no aprendamos a “desenmascararnos”, a ver, a darnos cuenta, en nuestro día a día que pensamientos, que actitudes, palabras y acciones realizamos, será muy difícil que un mundo en paz pueda surgir. Pareciera que esos hábitos insanos que volcamos una y otra vez no tienen importancia, que son minucias, pero nos equivocamos, nada de lo que hacemos y pensamos es gratuito, todo tiene una repercusión, unas consecuencias a nivel individual, colectivo y planetario.
Es observándonos con atención como nos podremos dar cuenta de nuestros errores, aprender de ellos para poder transformarlos. Si no es así, nos seguiremos engañando y seguiremos pensando que la culpa de nuestros males viene de fuera.
Hay una frase de Enrique Martinez Lozano que escribió en su libro “Metáforas de la No-dualidad” y desde que la leí la llevo siempre conmigo y dice así: “Todo lo que sale de mí, vuelve a mí. Todo lo que veo fuera, me refleja. Y todo es una oportunidad de aprendizaje”.
Cómo nada es por casualidad, en estos días que estoy preparando este artículo, estoy leyendo el libro de “Hacía la paz interior” de Thich Nhat Hanh y en uno de sus apartados comparte una experiencia personal que me parece interesante exponerla aquí, pues tiene mucho que ver con lo que se estoy expresando. La voy a transcribir tal y cómo está escrita en su libro.
“Es una pena que aún no nos demos cuenta de lo hipócritas que podemos ser y os explico. Aquí, en vuestras intervenciones han salido toda clase de juicios, críticas y hasta insultos hacia Putin, Rusia, la guerra, los intereses que genera, etc., con arreglo a vuestras expectativas y formas de percibir el problema, todo ello en mi opinión subjetivo y relativo.
Os voy a poner unos ejemplos para aclarar mi punto de vista.
Cuando, por ejemplo, vamos por la carretera y un conductor hace una picia que nos provoca un frenazo y comenzamos a insultarle, ¿eso para vosotras que es?... Para mí es una agresión que estoy verbalizándole al otro.
Cuando comenzamos a criticar, culpabilizar, enjuiciar a los demás, porque no se adaptan a nuestras expectativas o a nuestra forma de funcionar. ¿Eso para vosotras que es?... Para mí, es una acción destructiva y dañina hacia la persona a la que van dirigidas mis críticas.
Cuando no respetamos las ideas del otro, ni atendemos a lo que nos dice, tan solo queremos “llevarnos el gato al agua”. ¿Eso para vosotras que es?... Para mí es control, egoísmo.
Cuando vamos censurando y ocupando el espacio vital del otro, el espacio que cada uno por derecho tiene. ¿Eso para vosotras que es?... Para mí es invasión.
Si lo veis detenidamente, esas palabras que han salido que se convierten en acciones y que antes de verbalizarlas son pensamientos; la agresión, destrucción, control, egoísmo, invasión… ¿a que os suena todo esto? Las guerras son el exponente mayor dónde se concentra toda la ignorancia y estupidez humana. Unas mentes inmaduras provocan un mundo inmaduro. Mientras no aprendamos a “desenmascararnos”, a ver, a darnos cuenta, en nuestro día a día que pensamientos, que actitudes, palabras y acciones realizamos, será muy difícil que un mundo en paz pueda surgir. Pareciera que esos hábitos insanos que volcamos una y otra vez no tienen importancia, que son minucias, pero nos equivocamos, nada de lo que hacemos y pensamos es gratuito, todo tiene una repercusión, unas consecuencias a nivel individual, colectivo y planetario.
Es observándonos con atención como nos podremos dar cuenta de nuestros errores, aprender de ellos para poder transformarlos. Si no es así, nos seguiremos engañando y seguiremos pensando que la culpa de nuestros males viene de fuera.
Hay una frase de Enrique Martinez Lozano que escribió en su libro “Metáforas de la No-dualidad” y desde que la leí la llevo siempre conmigo y dice así: “Todo lo que sale de mí, vuelve a mí. Todo lo que veo fuera, me refleja. Y todo es una oportunidad de aprendizaje”.
Cómo nada es por casualidad, en estos días que estoy preparando este artículo, estoy leyendo el libro de “Hacía la paz interior” de Thich Nhat Hanh y en uno de sus apartados comparte una experiencia personal que me parece interesante exponerla aquí, pues tiene mucho que ver con lo que se estoy expresando. La voy a transcribir tal y cómo está escrita en su libro.
Las raíces de la guerra
Foto de Omar Ram en Unsplash
“En 1966, hallándome en EE.UU. pronunciando una conferencia a favor del alto el fuego en el Vietnam, un joven pacifista americano se levantó en pleno discurso e, interrumpiéndome, gritó. “¡Deberías estar en tu país derrotando a los agresores americanos y no aquí! ¡Tú presencia aquí no tiene ningún sentido!”.
Él y los americanos deseaban paz, pero la paz que deseaban era la derrota de uno de los oponentes para que su ira se sintiera satisfecha. Había abogado por el cese de las hostilidades, y como su petición no se había satisfecho, la frustración les había vuelto agresivos e incapaces de aceptar otra situación que no fuera la derrota de su propio país.
No obstante, para nosotros, los vietnamitas que estábamos sufriendo bajo las bombas, se imponía un poco más de realismo. Deseábamos la paz. No nos interesaba tanto quién ganara o perdiera, simplemente deseábamos que las bombas dejaran de caer sobre nuestras cabezas. Y, sin embargo, en el mismo seno del movimiento pacifista había quién se oponía a nuestra propuesta de alto el fuego. Nadie parecía comprendernos.
Así que cuando oí que el joven americano me gritaba: “¡vete a tu casa y derrota a tus agresores americanos!” respiré profundamente varias veces y le dije: “Señor, me parece que muchas de las raíces de la guerra están aquí, en su país. Por eso he venido. Y una de esas raíces es su propia visión del mundo. Las dos partes son víctimas de una política equivocada, una política que confía en el poder de la violencia para solucionar problemas. No quiero que mueran vietnamitas, pero tampoco quiero que mueran soldados americanos”.
Las raíces de la guerra están en nuestro estilo de vida, en el modelo de desarrollo industrial, de construcción de la sociedad y en el nivel de consumo de nuestros bienes.
Profundicemos en la situación y veremos las raíces de la guerra.
El primer paso en la práctica de la no-violencia, consiste en convertirse en no-violencia. Para tener paz hay que Ser paz.
Él y los americanos deseaban paz, pero la paz que deseaban era la derrota de uno de los oponentes para que su ira se sintiera satisfecha. Había abogado por el cese de las hostilidades, y como su petición no se había satisfecho, la frustración les había vuelto agresivos e incapaces de aceptar otra situación que no fuera la derrota de su propio país.
No obstante, para nosotros, los vietnamitas que estábamos sufriendo bajo las bombas, se imponía un poco más de realismo. Deseábamos la paz. No nos interesaba tanto quién ganara o perdiera, simplemente deseábamos que las bombas dejaran de caer sobre nuestras cabezas. Y, sin embargo, en el mismo seno del movimiento pacifista había quién se oponía a nuestra propuesta de alto el fuego. Nadie parecía comprendernos.
Así que cuando oí que el joven americano me gritaba: “¡vete a tu casa y derrota a tus agresores americanos!” respiré profundamente varias veces y le dije: “Señor, me parece que muchas de las raíces de la guerra están aquí, en su país. Por eso he venido. Y una de esas raíces es su propia visión del mundo. Las dos partes son víctimas de una política equivocada, una política que confía en el poder de la violencia para solucionar problemas. No quiero que mueran vietnamitas, pero tampoco quiero que mueran soldados americanos”.
Las raíces de la guerra están en nuestro estilo de vida, en el modelo de desarrollo industrial, de construcción de la sociedad y en el nivel de consumo de nuestros bienes.
Profundicemos en la situación y veremos las raíces de la guerra.
El primer paso en la práctica de la no-violencia, consiste en convertirse en no-violencia. Para tener paz hay que Ser paz.