Photo by Marina Khrapova on Unsplash
Los años han ido cambiando la forma de ver aquel Mayo y sus flores y su primavera que en un momento lo fue todo. La distancia, que se ha acrecentado con respecto a aquel Mayo de nuestros sueños, no implica ni mucho menos apatía, desengaño.
Creíamos en aquella revuelta, suspiramos por ella. Hubiéramos dado todo por estar en las escalinatas de la Sorbona, por haber caminado aquellas avenidas inundadas de estudiantes revolucionarios. Ahora mucho ha cambiado y sin embargo no quiere decir que estemos hundidos, apoltronados ante el televisor.
La distancia no significa ni mucho menos adhesión al sistema. Ahora no hubiéramos arrojado esas piedras, no hubiéramos dado fuego a esos cócteles, pero tampoco habríamos caminado detrás de De Gaulle en aquella marcha histórica que pretendió sellar la revuelta y reinstaurar el "orden amenazado".
Ahora afinamos un poco más la mirada. No todo el pasado es preciso volcarlo en la papelera. Calculamos con más precisión lo que sirve y lo que no. Lo que es preciso dejar atrás no lo combatimos. Lo abrazamos y lo despedimos.
Yo diría que los sueños caminan ahora más despacio, también más seguro. Los sueños no provocan el orden, lo animan a cambiar y a adaptarse. La poesía sigue donde la dejamos, en la misma punta de los labios ahora más ajados, en los mismos muros de viejo y provocador adoquín, sólo que ahora propone una primavera más bonancible con menos huracanes y tormentas. Inocencia no es lo mismo que ingenuidad. No deseamos mantenernos más tiempo ingenuos, los retratos de Mao o de Lenin no han merecido, ni merecerán ninguna pulcra pared, ni altar verdaderamente revolucionario.
No nos hemos aburguesado. No hay ningún flamante coche a la puerta de nuestra humilde casa. Sólo que ahora tenemos puesta más la confianza en esa huerta de al lado que cultivamos con cariño y paciencia, en esa electricidad que pedimos al sol desde unas placas, en esa cooperativa de productos naturales que tenemos en la aldea…, que en los gritos que podemos echar si bajamos al asfalto.
No nos hemos aburguesado. La garganta ya no reclama estridencias, quiere descanso, pero no silencio. Los sueños nos mantienen despiertos, sólo que ahora buscamos aquellos que nunca caducan. La nostalgia felizmente no nos sacude, porque el futuro se presenta más sugestivo y alentador que las parisinas primaveras de hace ahora un poco más de medio siglo.
Creíamos en aquella revuelta, suspiramos por ella. Hubiéramos dado todo por estar en las escalinatas de la Sorbona, por haber caminado aquellas avenidas inundadas de estudiantes revolucionarios. Ahora mucho ha cambiado y sin embargo no quiere decir que estemos hundidos, apoltronados ante el televisor.
La distancia no significa ni mucho menos adhesión al sistema. Ahora no hubiéramos arrojado esas piedras, no hubiéramos dado fuego a esos cócteles, pero tampoco habríamos caminado detrás de De Gaulle en aquella marcha histórica que pretendió sellar la revuelta y reinstaurar el "orden amenazado".
Ahora afinamos un poco más la mirada. No todo el pasado es preciso volcarlo en la papelera. Calculamos con más precisión lo que sirve y lo que no. Lo que es preciso dejar atrás no lo combatimos. Lo abrazamos y lo despedimos.
Yo diría que los sueños caminan ahora más despacio, también más seguro. Los sueños no provocan el orden, lo animan a cambiar y a adaptarse. La poesía sigue donde la dejamos, en la misma punta de los labios ahora más ajados, en los mismos muros de viejo y provocador adoquín, sólo que ahora propone una primavera más bonancible con menos huracanes y tormentas. Inocencia no es lo mismo que ingenuidad. No deseamos mantenernos más tiempo ingenuos, los retratos de Mao o de Lenin no han merecido, ni merecerán ninguna pulcra pared, ni altar verdaderamente revolucionario.
No nos hemos aburguesado. No hay ningún flamante coche a la puerta de nuestra humilde casa. Sólo que ahora tenemos puesta más la confianza en esa huerta de al lado que cultivamos con cariño y paciencia, en esa electricidad que pedimos al sol desde unas placas, en esa cooperativa de productos naturales que tenemos en la aldea…, que en los gritos que podemos echar si bajamos al asfalto.
No nos hemos aburguesado. La garganta ya no reclama estridencias, quiere descanso, pero no silencio. Los sueños nos mantienen despiertos, sólo que ahora buscamos aquellos que nunca caducan. La nostalgia felizmente no nos sacude, porque el futuro se presenta más sugestivo y alentador que las parisinas primaveras de hace ahora un poco más de medio siglo.