Amor incondicional



Luis Arribas Mercado

30/09/2021

Hay muchas personas que hablan del «amor incondicional», una especie de paraguas bajo el que se cobijan cosas como: la no implicación, el pasotismo, el “no me pidas que te ame a ti solo, que yo amo incondicionalmente a todo el mundo...”



Es una opinión generalizada que sólo se ama lo que se conoce. Amar al mundo, a la gente en general, a la vida... está muy bien y es sencillo, lo difícil es amar al jefe que te incordia un día sí y otro también, al compañero envidioso, al director del banco que te ha metido las «preferentes» a traición, a los políticos corruptos, es decir, a personas concretas que influyen en tu vida cada día.
 
Amar incondicionalmente implica aceptación de lo bueno o malo que ocurre en nuestro mundo, reconocer que no se tiene siempre la razón, que la verdad y el amor van unidos de la mano y que la vida puede provocar separaciones dolorosas que ponen en tela de juicio la incondicionalidad del amor. Vivir el amor incondicional puede llevarnos al aislamiento bajo el pretexto de que la soledad es el mejor remedio contra el sufrimiento. Y también implica la capacidad de perdonar.

Perdón incondicional

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El otro día conocí a unas personas que decían que no tenían que perdonar a nadie ni ser perdonadas de nada ni por nadie, porque habían comprendido que el amor incondicional llevaba aparejado el perdón incondicional. Eso está muy bien, uno se puede montar en la nube que quiera, pero la realidad es que el día a día pone a prueba constantemente nuestra tolerancia, nuestro sentido de la solidaridad y de desapego y cuando tengamos un encontronazo con alguien, más que ejercer el «amor incondicional», que es algo bastante difícil de identificar y de difícil aplicación en nosotros y en los demás, deberíamos ejercer la facultad que todo ser humano tiene de respirar desde el corazón, mirar desde el corazón y pensar desde el corazón, dando por hecho que los errores propios y ajenos son producto de la ignorancia, la inconsciencia o el miedo que tantos estragos provocan en las relaciones humanas. Esto al menos hará de nuestro mundo cercano algo más llevadero, olvidándonos de querer amar al resto del mundo igual que amo incondicionalmente a mis hijos.
 
A ver, echa un vistazo interno a todas aquellas personas que forman parte de tu vida y pregúntate cómo es la relación que actualmente mantienes con ellas y cómo era hace unos años; puede que te sorprendas al comprobar que unas eran muy cercanas y ya no lo son y otras eran lejanas y ahora son lo contrario ¿Qué ha pasado para que se haya producido ese cambio?, ¿quién ha sido el responsable positivo o negativo?, ¿cuáles fueron las circunstancias que se conjugaron para que las cosas hayan cambiado a mejor o a peor?

Sintonizar con los cercanos… y los lejanos

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El simple hecho de pensar en esas personas, de traerlas a tu mente y revisar cómo son las relaciones que mantienes con ellas y ellas contigo, hace que también sintonicen contigo y hasta quizás deseen ponerse en contacto, como ocurre muchas veces.
 
Luego están las personas cuya relación no ha sufrido cambios en los últimos tiempos; en ese caso tal vez deberías cuestionarte si esa relación podría mejorarse y preguntarte ¿qué puedo hacer yo para mejorar mi relación con menganito o fulanita? Seguro que puedes hacer cosas sin esperar a que el otro haga nada y sorprender a ese amigo que siempre está ahí con un mensaje, un regalo o una invitación a tomar café y charlar. Y es que el día a día nos aísla más de lo que sería deseable y vamos anteponiendo las ocupaciones -que muchas veces no tienen por qué recaer en nosotros- a lo verdaderamente importante que es el contacto social.
 
Las relaciones, sean de amigos o familiares, son el paisaje por donde discurre nuestra vida, son los árboles al lado del camino, los bosques, los ríos, las montañas y los albergues donde de vez en cuando nos refugiamos. Por tanto, a la vez que andamos, levantemos la cabeza, saludemos a todos ellos y demos gracias a la vida por seguir caminando con tan grata compañía.






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