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Sinceramente, yo nunca hubiera aplicado el sentido del gusto a semejante matiz y, sin embargo, debo reconocer que aquello sintonizó profundamente conmigo. Sentía que se me estaba mostrando una gran verdad, la importancia de sacarle el gusto a la vida, de disfrutar de lo que nos brinda, de agradecerlo y de mostrarnos felices a cambio. Entendí que esto era lo único que la vida nos pedía por todos los maravillosos favores que constantemente nos ofrece.
En aquella conversación, mi amigo hablaba de que el sentido del gusto conecta lo externo con lo interno, las ideas con las sensaciones, los pensamientos con las emociones y, sobre todo, el cerebro con el corazón. Yo sentía que aquellas ideas estiraban mis neuronas, esas que todos tenemos algo dormidas y que, por ello no utilizamos, sobrecargando siempre las mismas que, a fuerza de esa rutina, son incapaces ya de vibrar en la sintonía adecuada para captar las ideas y conceptos que están en el éter. Mi amigo, con su conversación, estaba consiguiendo que yo observara el tema del “gusto” desde otro ángulo, desde una perspectiva diferente y ecológica, que mis rutinarias neuronas no hubieran sido capaces por si solas de atisbar. Y, de repente, me encontré frente al dilema de preguntarme ¿cómo me desenvuelvo yo ante el “gusto por la vida”?
Me pareció que primero tenía que hacerme la pregunta a mí misma y después traspasarla a los demás. Dime tú ahora, querido/a lector/a, ¿qué índice de gusto por la vida tienes?, ¿crees que disfrutas adecuadamente de todo lo que la vida ha puesto a tu alcance?, ¿lo valoras en su justa medida?, ¿lo agradeces?, o ¿simplemente dejas que esas neuronas rutinarias te lleven día a día como quien se instala en el pasillo móvil de un aeropuerto?
Mi sentir sobre esto es que generalmente estamos tan acostumbrados a determinadas cosas que no las valoramos en absoluto, por ejemplo, algo tan sencillo como abrir un grifo y que salga agua ¿no es un milagro acaso? y si lo es ¿porque lo derrochamos en la manera que lo hacemos? tal vez si derrochamos “milagros” después, cuando necesitemos uno, es posible que no esté fácilmente a nuestro alcance.
En aquella conversación, mi amigo hablaba de que el sentido del gusto conecta lo externo con lo interno, las ideas con las sensaciones, los pensamientos con las emociones y, sobre todo, el cerebro con el corazón. Yo sentía que aquellas ideas estiraban mis neuronas, esas que todos tenemos algo dormidas y que, por ello no utilizamos, sobrecargando siempre las mismas que, a fuerza de esa rutina, son incapaces ya de vibrar en la sintonía adecuada para captar las ideas y conceptos que están en el éter. Mi amigo, con su conversación, estaba consiguiendo que yo observara el tema del “gusto” desde otro ángulo, desde una perspectiva diferente y ecológica, que mis rutinarias neuronas no hubieran sido capaces por si solas de atisbar. Y, de repente, me encontré frente al dilema de preguntarme ¿cómo me desenvuelvo yo ante el “gusto por la vida”?
Me pareció que primero tenía que hacerme la pregunta a mí misma y después traspasarla a los demás. Dime tú ahora, querido/a lector/a, ¿qué índice de gusto por la vida tienes?, ¿crees que disfrutas adecuadamente de todo lo que la vida ha puesto a tu alcance?, ¿lo valoras en su justa medida?, ¿lo agradeces?, o ¿simplemente dejas que esas neuronas rutinarias te lleven día a día como quien se instala en el pasillo móvil de un aeropuerto?
Mi sentir sobre esto es que generalmente estamos tan acostumbrados a determinadas cosas que no las valoramos en absoluto, por ejemplo, algo tan sencillo como abrir un grifo y que salga agua ¿no es un milagro acaso? y si lo es ¿porque lo derrochamos en la manera que lo hacemos? tal vez si derrochamos “milagros” después, cuando necesitemos uno, es posible que no esté fácilmente a nuestro alcance.
Interconexión e Interdependencia
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Entiendo que el Amor a la Vida además de representar un total respeto a cualquier forma de vida, sea de la índole que sea, debe pasar también forzosamente por la comprensión de que los seres vivos y la naturaleza se encuentran profundamente entrelazados, que formamos un conjunto con nuestro planeta y, precisamente por ello, debemos apreciar y valorar todo aquello que la Madre Naturaleza nos brinda y disfrutar respetuosamente de lo que está a nuestro alcance.
A veces, pienso que habrá que tener en cuenta que, en el momento del paso a otra estructura, a otra dimensión, es posible que al igual que en la parábola de “los talentos” alguien, o quizá nosotros mismos, nos planteemos la pregunta de ¿qué hicimos en vida con todo aquello que se nos dio con tanta facilidad, especialmente a nosotros que vivimos en la cultura de la comodidad más absoluta?, ¿lo hemos apreciado?, ¿lo hemos compartido? y, sobre todo, ¿lo hemos valorado? Parece que todos entendemos muy bien que aquella frase de Jesús que decía “No echéis perlas a los cerdos” se refería a que ellos no las “saben apreciar”. Pero, ¿estás seguro, querido lector/a, de saber exactamente qué son las perlas?
Me pregunto si el derroche y la no valoración de aquello que la vida ha puesto a mi alcance no será un pecado mayor que aquellos clásicos, los de siempre, que fueron catalogados como tales en un tiempo en el que la sociedad, salvo excepciones, ciertamente no disfrutaba de grandes comodidades.
Desde esa conversación entiendo claramente que una de las manifestaciones más claras del “Amor a la Vida” es un profundo y respetuoso disfrute de todo aquello que constantemente se nos ofrece. Esos detalles cotidianos que nos hacen la existencia más fácil, más agradable y, tal vez, en el cómo nos enfrentamos a esa cotidianidad podría estar el secreto de la felicidad. Esa “cosa” tan abstracta y escurridiza tras la cual dejamos que se nos escape el tiempo y la vida, algo que nunca llegamos a alcanzar.
A veces, pienso que habrá que tener en cuenta que, en el momento del paso a otra estructura, a otra dimensión, es posible que al igual que en la parábola de “los talentos” alguien, o quizá nosotros mismos, nos planteemos la pregunta de ¿qué hicimos en vida con todo aquello que se nos dio con tanta facilidad, especialmente a nosotros que vivimos en la cultura de la comodidad más absoluta?, ¿lo hemos apreciado?, ¿lo hemos compartido? y, sobre todo, ¿lo hemos valorado? Parece que todos entendemos muy bien que aquella frase de Jesús que decía “No echéis perlas a los cerdos” se refería a que ellos no las “saben apreciar”. Pero, ¿estás seguro, querido lector/a, de saber exactamente qué son las perlas?
Me pregunto si el derroche y la no valoración de aquello que la vida ha puesto a mi alcance no será un pecado mayor que aquellos clásicos, los de siempre, que fueron catalogados como tales en un tiempo en el que la sociedad, salvo excepciones, ciertamente no disfrutaba de grandes comodidades.
Desde esa conversación entiendo claramente que una de las manifestaciones más claras del “Amor a la Vida” es un profundo y respetuoso disfrute de todo aquello que constantemente se nos ofrece. Esos detalles cotidianos que nos hacen la existencia más fácil, más agradable y, tal vez, en el cómo nos enfrentamos a esa cotidianidad podría estar el secreto de la felicidad. Esa “cosa” tan abstracta y escurridiza tras la cual dejamos que se nos escape el tiempo y la vida, algo que nunca llegamos a alcanzar.
Buscando el sentido
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En otra ocasión me plantearon una pregunta también interesante: ¿quién crees tú que llega antes a la meta, el que sale rápido o el que no sale? ¡tonta pregunta! dirás querido/a lector/a, mas no es así si lo piensas un poco, pues todo dependerá de la meta a conseguir y en muchas ocasiones (muchas más de las que nos imaginamos), la meta está tan cerca de nosotros que si salimos a buscarla la perderemos.
Así entiendo yo el Amor a la Vida, pues se nos pasan los años buscando y buscando y, no digo yo que esto esté mal, sino que quizá en esa búsqueda perdamos de vista esas “pequeñas cosas” que son las que realmente nos hacen la existencia cómoda o incómoda, agradable o insoportable. Disfrutar plenamente de una buena compañía justo en el momento en que la tenemos a nuestro lado, saborear lentamente una buena copa de vino, apreciar un ambiente relajado, valorar una amistad distendida, son cosas que sólo dependen realmente del “gusto” que nos proporcionen, es decir, de lo que realmente las “amemos”.
Y puesto que la energía del Amor es la fuerza que une y cohesiona, en la medida en que seamos capaces de amar realmente estas circunstancias agradables más unidas a nosotros estarán y con más frecuencia se verán plasmadas en nuestro vivir.
Una pregunta que todos deberíamos hacernos frecuentemente es ¿qué hago yo con mi sentido del gusto y, por tanto, con mi amor a la vida? Una respuesta meditada a esta pregunta nos aportaría mucha luz sobre facetas hasta ahora ocultas de nuestra identidad. Por ejemplo: ¿qué es lo que amamos y porqué lo amamos?, ¿con qué cosas realmente disfrutamos?, ¿por qué no las hacemos más a menudo?
Lamento, querido/a lector/a, que esto más que un pequeño artículo sobre el Amor a la Vida, sea una interminable serie de preguntas sobre tu Sentido del Gusto que dejo en el aire por si te son de utilidad. Y, por si tal vez a través de ellas pudieras descubrir algo más sobre ti mismo/a.
Así entiendo yo el Amor a la Vida, pues se nos pasan los años buscando y buscando y, no digo yo que esto esté mal, sino que quizá en esa búsqueda perdamos de vista esas “pequeñas cosas” que son las que realmente nos hacen la existencia cómoda o incómoda, agradable o insoportable. Disfrutar plenamente de una buena compañía justo en el momento en que la tenemos a nuestro lado, saborear lentamente una buena copa de vino, apreciar un ambiente relajado, valorar una amistad distendida, son cosas que sólo dependen realmente del “gusto” que nos proporcionen, es decir, de lo que realmente las “amemos”.
Y puesto que la energía del Amor es la fuerza que une y cohesiona, en la medida en que seamos capaces de amar realmente estas circunstancias agradables más unidas a nosotros estarán y con más frecuencia se verán plasmadas en nuestro vivir.
Una pregunta que todos deberíamos hacernos frecuentemente es ¿qué hago yo con mi sentido del gusto y, por tanto, con mi amor a la vida? Una respuesta meditada a esta pregunta nos aportaría mucha luz sobre facetas hasta ahora ocultas de nuestra identidad. Por ejemplo: ¿qué es lo que amamos y porqué lo amamos?, ¿con qué cosas realmente disfrutamos?, ¿por qué no las hacemos más a menudo?
Lamento, querido/a lector/a, que esto más que un pequeño artículo sobre el Amor a la Vida, sea una interminable serie de preguntas sobre tu Sentido del Gusto que dejo en el aire por si te son de utilidad. Y, por si tal vez a través de ellas pudieras descubrir algo más sobre ti mismo/a.
Disculpa ahora si te incomodo
escribiendo algo a mi modo,
pues tiene guasa la cosa
¡me cuesta expresarme en prosa!
Esto es lo que te resumo
y que lo entiendes presumo:
Si comienzas enseguida
a AMAR un poco La Vida
lo que ahora es cotidiano
se volverá más liviano
escribiendo algo a mi modo,
pues tiene guasa la cosa
¡me cuesta expresarme en prosa!
Esto es lo que te resumo
y que lo entiendes presumo:
Si comienzas enseguida
a AMAR un poco La Vida
lo que ahora es cotidiano
se volverá más liviano
y los que fueron enojos
mirarás con otros ojos
Observa que cada día
trae para ti una energía
y si tú estas deprimido,
se irá por donde ha venido
Cómo ves ¡la vida es bella!
Démosle pues gracias a “ella”
mirarás con otros ojos
Observa que cada día
trae para ti una energía
y si tú estas deprimido,
se irá por donde ha venido
Cómo ves ¡la vida es bella!
Démosle pues gracias a “ella”